jueves, 8 de agosto de 2013

Erika Brockmann ve el Censo Poblacional como un "sinceramiento saludable" reconocernos mestizos, lo que es justo y urbanos. el campo lo habitan hoy las minorías y los indicadores son claros a pesar de las chambonadas y errores de lectura.

Pese a los  grandes peros y chambonadas observadas, el Censo 2012 ha sido bendecido por los organismos internacionales que lo apoyaron financiera y técnicamente, esperándose  sea  evaluado por la Cepal. Es previsible que se recurra a una batería de fórmulas estadísticas  para enderezar algunas cifras dudosas, sin que ello implique negar  la tendencia de algunos resultados  que  nos plantean la fotografía de la Bolivia del nuevo siglo. Una fotografía que   difiere sustancialmente de aquella proyectada por el Censo 2001,  ése es el caso de la pertenencia étnica de la población.
Un primer dato irrefutable. Bolivia es un país urbano siendo necesario replantear la visión dicotómica y estática de lo urbano y rural. Por otra parte,  contrariamente a las cifras del 2001, la población identificada o perteneciente a las Naciones y Pueblos Indígenas Originario Campesinos (Npioc)  no es la mayoría. La sorpresiva evidencia de una significativa merma de la autoidentificación étnica y un abrumador 60 por ciento que se asumió boliviano reconociendo no pertenecer a ningún Npioc y a otros no identificados ha merecido la más variopinta y contradictoria serie de explicaciones. Algunas, curiosas y hasta forzadas, parecen celebrar la disminución del peso porcentual de la población indígena, subestimando el vigor identitario de los más de 2 millones que se asumieron quechuas, aimaras y chiquitanos bolivianos.
En la otra vereda, están aquellas explicaciones que aluden defectos de medición y “miedos post conflicto Tipnis” que habrían obligado a muchos indígenas genuinos a negar su pertenencia a uno u otra etnia boliviana. Estas razones son insuficientes para explicar esta suerte de “invisibilización” o “camuflaje” de la mayoría de Piocs.
Para el antropólogo Javier Albó, la merma de la población indígena constituye un grave golpe al Estado Plurinacional. Para otros, ha sido un tiro que pulveriza el discurso que fundamenta todo un proyecto político y de Estado que pretendió superar al “Estado aparente de unas minorías no indígenas”.   En  realidad, fueron varias las encuestas que sembraron dudas sobre el apabullante 62 por ciento de indígenas que arrojo el Censo 2001. En esa oportunidad, no existía una opción alternativa que permita la auto identificación como boliviano, y muchos censados optaron por asumirse indígenas cuando en realidad no lo eran. En ese tiempo, se experimentaba el influjo de las reivindicaciones indígenas que siguieron a la conmemoración de los 500 años de dominación colonial y a la épica marcha de los pueblos indígenas de tierras bajas. El 2000 ocurrieron las revueltas indígenas y  maduraba la semilla de corrientes kataristas e indigenistas plantadas desde finales de los 70, cuya influencia quedó marcada en la reforma constitucional de 1993 al reconocer a Bolivia como un país multiétnico y pluricultural.
Hoy el ambiente es otro, como boomerang tanta exaltación de lo indígena y originario tuvo una respuesta inesperada. Para Horst Grebbe (La Razón, 4/08/13) con estos resultados “se desbarataron mitos que se quisieron implantar en el imaginario colectivo al destacar que Bolivia era un país predominantemente indígena”, cuya impronta andina, fundamentalmente aimara y quechua, obliga a un nuevo concepto, el neo colonialismo avasallante de los pueblos andinos y de su vanguardia ahora denominada “intercultural”.
Desde mi perspectiva, el Censo 2012, refleja con mayor nitidez y confiabilidad la realidad nacional en materia de identidades étnicas, constituyendo una referencia que deberá no sólo atemperar discursos etno nacionalistas sino ante todo sincerarnos con una realidad plural pero acompañada por una gran mayoría que abraza su bolivianidad y su “mestizaje cultural”.   
 La autora es psicóloga, cientista política,
exparlamentaria

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