sábado, 1 de diciembre de 2012

no podía faltar la pluma de Manfredo Kempff que refiere la suerte de Jacob que bajó 40 kilos y su salud está resentida por acción de sinuosos delincuentes que escudados en cargos públicos acusaron "al reo de narco" e hicieron de él, lo que les vino en gana


Desde hace algunos días el país entero, mira, perplejo, la serie novelada de gánsteres que pasa la televisión con motivo de haberse ventilado el pestilente “caso Ostreicher”, que todavía está en sus inicios, prometiendo capítulos imperdibles. Esto se suma a una serie interminable de corrupción y crimen organizado existente en Bolivia, cuya máxima crueldad y salvajismo ha sido el asesinato de un boliviano y dos extranjeros (Rozsa, Magyarosi y Dwier) en el Hotel Las Américas de Santa Cruz, en abril de 2009.
Al norteamericano Jacob Ostreicher no lo han matado todavía – tal vez ya esté a salvo de morir – pero como individuo ha quedado aniquilado físicamente y está internado, con frondosa guardia, en una clínica privada de Santa Cruz, donde se lo trata de temblores en sus brazos y manos y se le hace una evaluación de su salud ya que, por ayuno voluntario y las penurias de la vida carcelaria, bajó de 86 a 47 kilos, es decir que perdió casi la mitad de su masa corporal. Habrá que dar por descontado que su estado psicológico no es de lo mejor pese a la fortaleza y coraje que ha demostrado.
Enterado de la custodia de Ostreicher en la clínica donde reposa, imaginé, de inmediato, un episodio de suspenso de El Padrino – cine y novela – cuando al “godfather”, don Corleone, interpretado magistralmente por Marlon Brando, lo internan malherido en un hospital y desaparece toda guardia para dejar al capo mafioso indefenso a merced de sus enemigos para que lo silencien. Aquí, si no lo cuidan bien, es Ostreicher quién podría correr el riesgo de ser rematado en su lecho para encubrir una red de robo, extorsión y soborno, cuyas ramificaciones pueden tener brazos muy largos.
En los últimos años y mucho antes aún, se han presentado en Bolivia casos de asesinato, chantaje y latrocinio que están sin investigar y que pueden quedar en el misterio. Han sucedido extraños asesinatos de estilo mafioso, no descubiertos, como fue el de los esposos Alexander, Otero Calderón, el general Larrea y el dirigente campesino Solíz, allá por 1969. Bomba, ahorcamiento, ametrallamiento y emboscada, dejaron asustada a una sociedad que había observado de otra manera la violencia política y que, por eso mismo, pensaba que había algo más que política detrás de todo eso. Como últimamente en el siniestro crimen del hotel Las Américas que sigue envuelto en una nebulosa aunque, en este hecho, se sabe quiénes dispararon.
En el “caso Ostreicher” está a las claras que actúan sinuosos delincuentes comunes escudados en cargos políticos o fingiendo representar el poder. Unos, los capos, surgen de recónditos antros judiciales del Ministerio de Gobierno, y otros de una institución que dará mucho qué hablar e investigar: la Dirección de Registro, Control, y Administración de Bienes Incautados (DIRCABI). En DIRCABI es donde, se supone, se guardan los bienes incautados al narcotráfico, pero, al parecer, eso está poco vigilado, o ahí se hace la vista gorda; es como meter ratones en una alacena para cuidar el queso. De allí han surgido sujetos que, como si Ostreicher fuera un narcotraficante más, le confiscaron, según las informaciones de prensa, 20 mil toneladas de arroz, 273 cabezas de ganado y maquinaria agrícola, que con lápiz y papel en mano, el latrocinio asciende a varios millones de dólares hasta hoy esfumados. El despojo, en las propias barbas de las autoridades, ha sido tan abusivo que ha movilizado conciencias en EEUU, pero, además a la FBI, que dicen, ha jugado un papel importante en destapar la cloaca.
¿No es cinematográfico todo esto? ¿No es el argumento para una gran novela negra? Porque, desde luego, si no venía a hablar con S.E. el afamado actor norteamericano Sean Penn, Ostreicher seguiría en las mazmorras de Palmasola con las manos temblando e invocando al Dios para que lo salve o se lo lleve de una vez. Sean Penn puede dirigir y también ser protagonista de una película como El Padrino, explotando eso de la “cosa nostra” nativa y la ley de la “omertá”, de los “conseglieri” y de los que manejaban diestramente la “lupara” o escopeta recortada.
La mesa está puesta y sólo hay que esperar el desenlace, cuando habrá que saber quién es el “capo di tutti capi” en este embrollo mafioso, porque abogados, jueces y asesores del Ministerio de Gobierno se habrán tenido que conformar con un puñado de dólares; esos no tienen vuelo para quedarse con cifras millonarias. ¿Y el resto? ¿Quién decide qué hacer con los cuantiosos bienes incautados a los narcotraficantes? ¿Quién o quiénes tienen autorización para meter la mano en la lata en una institución donde no se puede discernir entre bienes mal habidos o no?
Hay una lista de personajes llamados a declarar, entre otros un ex ministro de Gobierno que ejerce las funciones de embajador en NN.UU. que, por donde ha pasado, ha dejado recuerdos deplorables. Habrá que oír qué dicen aquellos que desde hace siete años han convivido con mafiosos, pero, según juran, sin saberlo ni menos ser parte de la “cosa nostra” nativa.

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