domingo, 25 de noviembre de 2012

Carlos Mesa nos recuerda que: el primer gobierno de Sánchez de Lozada como neoliberal, vale la pena recordarles que fue pionero de una medida que hoy está consagrada como una forma inteligente de pago de la deuda social y de mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros compatriotas.


Cuando en 1997 el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada creó y comenzó a pagar el Bonosol, muchas voces se alzaron para criticar su decisión por ser “populista y electoralista”.
Han pasado 15 años desde entonces. Hoy América Latina se ufana de haber logrado resultados muy importantes a partir de la política de bonos (definidos como transferencias condicionadas), cuyo objetivo es dar un respaldo tangible a sectores de la sociedad que enfrentan el flagelo de la pobreza en áreas tan sensibles como el sustento básico, la educación y la salud.
La idea es tan sencilla como efectiva, darles con determinada periodicidad un aporte fijo de dinero a familias pobres a cambio de acciones concretas de éstas. Los ejemplos son muy ilustrativos. Un bono a una madre gestante o lactante se dará a cambio de que vaya al médico regularmente durante su embarazo y lo haga también en el posparto, lo que garantiza una atención adecuada y un seguimiento de la salud de madre y niño. Un bono a un chiquillo o chiquilla que está en la primaria obliga a la familia que reciba el bono a garantizar que sus hijos asistan a la escuela regularmente.
Los bonos, contra toda presunción ortodoxa, no son mecanismos populistas usados por los gobiernos para garantizar una lealtad del elector que los recibe. Probablemente esa sea una consecuencia predecible, pero aun así el riesgo bien vale la pena, porque se ha demostrado en la experiencia regional que su aplicación es un factor no menor de los éxitos del continente en la reducción de la pobreza. Se produce además otro fenómeno interesante, es una inyección de liquidez que dinamiza el consumo.
La idea, que comenzó irónicamente en el periodo denominado tan a la ligera como “neoliberal”, se extendió como reguero de pólvora y se aplica en muchos países independientemente de la ideología de sus gobiernos, sean estos liberales, socialdemócratas o socialistas. Los resultados son muy claros como para tener dudas en cuanto a su implementación.
El Gobierno del presidente Morales con muy buen criterio amplió el espectro de bonos. Primero, hizo lo previsible, apropiarse de una idea y de un mérito ajeno al cambiar el nombre del Bonosol por el de Renta Dignidad con dos añadidos, un incremento del monto y un acortamiento de la edad en la que se comienza a recibir el beneficio. Pero mantuvo el bono y lo mejoró, a diferencia del presidente Banzer que con la cortina de humo del Bolivida que nunca pagó, se empeñó en destruir el Bonosol.
Morales fue más lejos, instituyó dos bonos muy importantes: el Juancito Pinto para los escolares y el Juana Azurduy para las madres y niños lactantes. Atacó así dos problemas muy graves en el país. El primero, la deserción escolar en los últimos años de primaria debido a los requerimientos de familias de bajos ingresos de hacer que los pequeños trabajen ayudando al sustento familiar. El segundo, los altos índices de mortalidad y morbilidad materna e infantil.
Los tres bonos se convierten en un colchón de seguridad para los sectores más vulnerables de la sociedad, refuerzan los ingresos monetarios de las familias, muchas de las cuales se benefician de los tres bonos, y logran mejoras cuantitativas (en educación) y cualitativas en salud.
Está claro que los bonos por sí mismos no son una solución estructural, sino un componente de complementariedad a las imprescindibles políticas sociales de mediano y largo plazo del Estado, pero debe entenderse que son muy importantes.
La pregunta de fondo que es difícil de responder tiene que ver con su sostenibilidad a largo plazo, ya que son una carga directa de erogación para el Tesoro. Medidas como estas, de alto impacto social, se han podido llevar adelante en Bolivia y en muchos otros países en virtud de la extraordinaria bonanza económica que ha beneficiado a nuestros países. La experiencia histórica nos indica que todo ciclo de ingresos excepcionales circunscrito a los precios internacionales de materias primas, es seguido de otro en el que la depresión de esos precios es inevitable. Podemos prever que este periodo increíble terminará y debemos preguntar si estamos preparados para afrontarlo.
Pero nuestro razonamiento debe partir de una idea central, los bonos no son un gasto populista superfluo, generan efectos positivos, son necesarios y en consecuencia hay que asumirlos no como una dádiva que busca el rédito político, sino como un factor eficiente en la lucha contra la pobreza. A diferencia de otros muchos rubros en los que el actual Gobierno hace dispendios inaceptables, los bonos no son un gasto sino una inversión.
Finalmente, a quienes califican con tanta soltura de cuerpo el primer gobierno de Sánchez de Lozada como neoliberal, vale la pena recordarles que fue pionero de una medida que hoy está consagrada como una forma inteligente de pago de la deuda social y de mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros compatriotas.      

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