martes, 9 de octubre de 2012

Mario Rueda con la agudeza de juicio que le conocemos a propósito de Venezuela facetea el perfil de la Democracia y se pregunda si es falsa o verdadera


La democracia participativa constituye un avance. Pero para que dé buenos resultados urge expurgarla totalmente de sus actuales males
En los tiempos actuales, la democracia conjuga tres modalidades: directa, indirecta y participativa. La primera opción rige en casi todos los países del mundo. El pueblo acude a las urnas para elegir a quienes deban regirlos desde el Ejecutivo o legislar en su nombre en el Parlamento. En la democracia indirecta, el pueblo no elige por si mismo al Presidente y Vicepresidente de la República. Lo hacen los parlamentarios a los que el pueblo votante llevó al Legislativo.
Invisten rango de universalidad los casos en que a la referida trilogía agrega lo suyo la denominada “Democracia Participativa”.
El pueblo que vota traza a sus gobernantes la ruta a seguir en la toma de ciertas decisiones nacionales, a través de plebiscitos y referendos. A este mismo fin se ajustan ciertos esquemas de expresión corporativa. Las “organizaciones sociales” (de todo tipo), congregadas en espacios deliberativos, con rango de pueblo “total”, asumen posiciones y toman definiciones que el Ejecutivo y la intermediación parlamentaria tienen que acatar.
Ni la democracia directa ni la indirecta estuvieron nunca a salvo de cuestionamientos en lo que respecta a plena autenticidad.
No faltan los detractores que en ellas perciben más males que virtudes
Sin embargo, es preferible padecer sus fallas que sufrir los rigores de la autocracia y la dictadura.
Tampoco faltan los reparos para la democracia participativa de tipo corporativa. En muchos casos, se la considera ideológica y políticamente dirigida desde el Gobierno de turno, podio desde el cual se traza a los “sectores sociales” la estrategia a seguir en lo que concierne a temas cruciales de la agenda nacional. Huelga decir que muchos de tales “sectores sociales”, a nivel dirigencial, por múltiples razones (entre las que predominan las de tipo utilitario sobre la cuestión política o el bien común) acatan sin chistar cuanto se les mande hacer.
Al final, terminan convertidas en “escuadras de acompañamiento social” de las decisiones gubernamentales sobre esto y aquello. Algo esto que asume rasgos notorios en Venezuela, por ejemplo, así como en algunos otros países de América Latina que, por cierto, no son muchos..
De todos modos, tal tipo de democracia participativa constituye un avance. Pero para que dé buenos resultados urge expurgarla totalmente de sus actuales males. El principal consiste en la direccionalidad político-partidaria que manifiesta, algo que cuestiona su naturaleza real. ¿Auténtica o falsa? Por ahora, la respuesta a esta pregunta es más negativa que positiva.
El autor es periodista

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