martes, 27 de septiembre de 2011

René Antezana refleja el estado de ánimo de cada compatriota frente a la mascarada que se vive con Evo y el MAS. contra quienes son víctimas inocentes de la violencia institucional


Finalmente la máscara es la cara, como bien escribe el poeta Edwin Guzmán. Hoy escribo con dolor, con el hígado, con el corazón amortajado, frente a la máscara que nos develó el rostro del poder otorgado y que hoy en día se usa contra quienes aún son la reserva de formas de vida que los mercaderes nacionales e internacionales, en su codicia, han llevado al extremo de su extinción. Extinción de vida, no sólo de convivencia, de culturas y sociedades sino también de interioridades, de maneras de sentir, de maneras de amar, de compartir el día a día, de generar y producir alimentos suficientes, de no aplastar al otro por acumular bienes materiales, de buscar inequívocamente el equilibrio esencial con lo que nos deja vivir: la naturaleza, madre tierra, árbol de la vida, de los cuales venimos y a los que retornaremos.
Hoy duele porque estuvo –nunca más doloroso decir “estuvo” -- en sus manos y en su corazón la loma santa o la tierra sin mal, el vivir bien, la vida buena, y también el arco y la flecha, la honda, dormidos para siempre. Ya el desencanto se fue, como se va un amor traicionero con una canción; hoy hay bronca en la boca del estómago, indignación, llanto, y también miedo. Un miedo que creímos olvidado, un miedo que vuelve a dejar temblando cuerpos nuevamente golpeados, maniatados, violentados. Un miedo del que no podemos ser para nada indiferentes; un miedo que duele porque ese miedo lo produce aquel que creíste tu amigo, tu hermano, tu compañero de ruta en una larga caminata de siglos.
Hoy, ése se desmarca, se sale del camino, se sale de la marcha que grita y canta por la vida. La máscara continuará su camino hacia el abismo, ya no importa, pero la marcha de las generaciones seguirá marchando, con o sin camino, con miedo y con hambre, con sed, seguirá, porque las formas de vida que llevamos son y serán siempre el único camino posible frente a la extinción y al desastre que es parte de un sistema y una sociedad de la cual la máscara se ha hecho cómplice.
Hoy la memoria ha sido pisoteada y brutalmente amarrada y maniatada. Las imágenes lo dicen todo y más allá de confabulaciones, complots, criminalizaciones, hoy se rompió algo que parecía irrompible: la ilusión de un pueblo tantas veces empujado y ahogado en su dolor. Y lo que es peor, con tácticas militares de sorpresa y ataque furibundo contra quienes esperaban (mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos, ancianas) del poder --como lo hicieron durante siglos-- sólo una carta, una decisión consecuente que salvaría a ese antiguo hermano de ruta de la infamia. La carta no llegó, llegó la infamia.
Ahora ya no es ahora para ellos, sí para nosotros, que lejos o cerca, seguiremos caminando ya sin la máscara sino con la cara descubierta, por ese pedazo de tierra que es todas las tierras, que es toda la vida que nos queda, que es todas las vidas, como diría la Pizarnik, “en esta noche, en este mundo”.
 

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