martes, 12 de enero de 2010

fiel a su línea democrática Los Tiempos reitera sus cuitas en torno a un régimen que busca "la concentración del poder" a como dé lugar

La concentración del poder ha sido, siempre, la fuente de toda clase de tentaciones. Desde las prácticas autoritarias hasta los excesos en la administración de los bienes públicos, pasando por la vulneración y desconocimiento de derechos y garantías de las personas, son innumerables los ejemplos que podrían citarse por la extralimitación de las atribuciones que el aparato estatal y la ley han puesto a los circunstanciales gobiernos a lo largo de nuestra historia.

En la Bolivia de Víctor Paz Estenssoro o en la de Hugo Banzer Suárez, así como en las administraciones de Luis García Meza o Gonzalo Sánchez de Lozada, por citar sólo unos ejemplos –algunos en dictadura y otros en democracia– los excesos cometidos desde las esferas del poder han sido tantos y de tan diversa naturaleza que resultaría imposible enumerarlos aquí.

Hoy, Bolivia está nuevamente frente a un escenario en el que, con sus características propias, se presenta el fenómeno de la concentración del poder en un solo partido dominante (el Movimiento Al Socialismo), que además de controlar totalmente los órganos Ejecutivo y Legislativo, ahora se dispone a hacer lo propio en cuantos municipios y gobiernos departamentales sea posible, así como en el Órgano Judicial y sus distintas instituciones, cuyos cargos, en virtud de la actual Constitución Política del Estado, serán electivos. Todo indica, pues, que una vez que el presidente Evo Morales asuma su segundo mandato constitucional, este 22 de enero, el país ingresará a un largo período caracterizado por una nítida hegemonía política; una hegemonía que permanecerá como tal mientras no nazcan opciones y proyectos de país sólidos, algo que –al menos en las actuales circunstancias– está muy lejos de suceder.

La dimensión del proceso político que vive el país es equiparable solamente al del nacionalismo revolucionario, inaugurado en 1952 y abanderado por un partido político que, además de haber sido el protagonista de las más grandes transformaciones sociales políticas, fue paradójicamente el que puso el sello de sepultura al denominado sistema político tradicional.

El desafío histórico que tiene el Movimiento Al Socialismo es, a no dudarlo, de la más alta trascendencia para el presente y el futuro del país. De la manera en que el presidente Evo Morales encamine el proceso de cambios iniciado a partir de la aprobación del actual texto constitucional dependerá la suerte y el destino que le toque correr a Bolivia en las próximas décadas.

Es de esperar, pues, que el fin o la motivación del MAS –que ahora se halla embarcado en una nueva carrera electoral, esta vez por las gobernaciones departamentales y municipios– no sea únicamente la captura de todas o la mayoría de las instituciones del Estado, con el único propósito de crear un esquema de poder de corte ideológico, sin que de por medio exista un proyecto que aglutine una visión común sobre el país que queremos construir en el presente siglo. El inobjetable encargo social que ha recibido el MAS en las urnas es el mejor credencial para que, en su próximo período constitucional, el Gobierno sepa administrar el poder proyectando el futuro y dejando atrás los rencores y resentimientos que nos mantienen anclados al pasado.

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