jueves, 17 de junio de 2010

Debe ser abordado pronto. la modorra no es buena si queremos que el litio se convierta en una riqueza productiva dejando de lado la soberbia. acción!!

El litio boliviano, aquel que hace dos décadas frustró los sueños de los potosinos, hoy parece una vedette en el potencial mercado de las energías; hasta ahora tiene las condiciones para destacarse: el Salar de Uyuni es uno de los mayores yacimientos del mundo, su explotación será más accesible que en otros campos, sus cualidades para el proceso de transformación son más ventajosas que las de otras reservas y, lo más importante, ha llamado la atención en el mercado mundial.

El metal más liviano tiene gran perspectiva tanto en el sector energético como en el de la metalurgia, aunque en el primero moviliza mucho más esfuerzos científicos, técnicos y económicos. Y en ese ámbito, el litio concentrado en el Salar de Uyuni ofrece nueva oportunidad para afrontar problemas estructurales de pobreza en el país. Como ha ocurrido con la plata, el estaño y hace poco el gas natural, el litio es una nueva opción (ojalá no perdida) para el ansiado desarrollo boliviano.

Sin embargo, llama la atención el aire de cierta soberbia y exceso de confianza de algunas autoridades bolivianas mezcladas con la indefinición del proyecto para la explotación del metal y el desarrollo de la industria. Sí, excesiva seguridad, cuando desde el Ministerio de Minería reaccionan molestas frente a observaciones y críticas sobre un proyecto que incumbe a todos los bolivianos. Falta de autocrítica, cuando la planta piloto lleva un significativo retraso y se ratifica el plazo para el inicio de la etapa más importante.

En tanto, ¿qué ocurre fuera del país? Mucho y muy cerca. Chile, un país muy serio y seguro en sus prioridades y procedimientos, es el principal ofertante de carbonato de litio y el Gobierno de Sebastián Piñera se ha propuesto multiplicar por 10 los ingresos del país por la explotación del litio. Para ello, el país vecino ha decidido abrir su mercado y modificar su ley de concesiones mineras.

A principios de semana, The New York Times lanzó el cuando menos extraño dato de que Afganistán, allí donde se libra una de las guerras antiterroristas de EEUU, tiene una reserva de litio similar a la de Bolivia. Y la reacción del Gobierno fue idéntica a las que ya nos tiene acostumbrados: un enfoque político e ideológico. El ex ministro Luis Alberto Echazú prefirió calificar ese dato difundido por el Pentágono como uno distractivo de la opinión pública de la potencia del norte. ¿Y sobre lo nuestro cuándo?

Los datos objetivos y técnicos dirán, en definitiva, qué países, además de Bolivia, competirán en el mercado del litio. Chile ya está en carrera, Afganistán quizá lo esté y algún otro país asiático también.

El fondo del proyecto para el litio boliviano tiene que ver con la capacidad tecnológica, el acceso y las oportunidades del mercado, y la participación estatal en este asunto que requiere de socios inversionistas. Con toda seguridad, la absoluta mayoría de los bolivianos debe estar convencida de que el Estado debe ser protagonista, pero aquello debe ocurrir en los plazos y medidas que correspondan a la realidad.

Este proyecto debe ser abordado racional y objetivamente, pero sin pausa alguna. El entusiasmo político y la modorra son malas consejeras. ¿Qué es lo queremos hacer con el litio? Si Bolivia quiere producir baterías de litio, tendrá que considerar que la planta piloto para producir carbonato de litio que se monta en Potosí y el equipo joven al que promueve son insuficientes. Se requiere mucho más.



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