Hacemos mal -y el propio Carlos Valverde lo ha reconocido en un brillante artículo de prensa- en atribuirle la victoria del “No” a una sola persona, a un solo asunto, a un lío de faldas, a un hijo cuya existencia se desconoce, a un solo escándalo de corrupción. Eso le conviene al Gobierno, pues quiere hacer creer que todo fue producto de un accidente, un tropezón y nada más y que pese a ello, las cosas pueden marchar como estaban.
Tampoco es correcto afirmar que fueron las redes sociales las ganadoras del referéndum. Es verdad que estamos frente a poderosas herramientas de comunicación que sirven para canalizar el descontento popular y las críticas que ya no hallan espacio en los medios tradicionales, pero las bromas, las burlas y las expresiones espontáneas que constantemente se publican no dan golpes de urna y menos aún, no llegan a constituir un movimiento ciudadano como el que surgió en los meses previos a la consulta.
Lo ocurrido con sectores juveniles que se organizaron, que construyeron espacios de discusión y participación, que se movilizaron y lograron consolidar un discurso claro y convincente, se puede equiparar a los ya célebres movimientos de indignados que han surgido en todo el mundo y que, como es natural, usan todos los recursos que tienen a mano para convocarse e intercambiar información, entre ellos las redes sociales.
Estamos ante una corriente generacional que no sólo se rebela contra la hegemonía imperante, sino también contra la partidocracia tradicional y los viejos liderazgos que siempre vociferan, pero que hasta el momento no han dado señales claras de resistencia a la impostura y las falsas revoluciones y más bien parecen acomodarse a las circunstancias con el objetivo de medrar política y económicamente.
Fue importante el aporte de intelectuales, periodistas, dirigentes sectoriales y líderes de opinión que se rebelaron contra la dictadura comunicacional que trata de imponer el régimen y que desafiaron las cortapisas que todos los días surgen contra la libertad de expresión.
En los países árabes del norte de África, en el Medio Oriente, en España, Inglaterra y también en Brasil, Argentina y Venezuela, los indignados no sólo se manifestaron a través de una genuina expresión democrática como es el voto, sino también salieron a las calles, organizaron cacerolazos y se enfrentaron a la dura represión policial que les cerraba el paso a sus demandas, enfocadas en la corrupción, la crisis económica y la ausencia de respuestas de las élites.
Por ahora, los indignados bolivianos han sido absolutamente ortodoxos para hacerse escuchar y muy respetuosos de la autoridad, pero lamentablemente han pasado más de dos semanas desde que se produjo la advertencia más clara que se le puede dar al Gobierno boliviano y nadie atina a reconocer un episodio tan contundente, no hay señales de autocrítica y menos de comenzar a delinear un cambio de rumbo.
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