martes, 1 de febrero de 2011

Asilados famosos. Refiere José Gramunt el caso de Juan Lechín entre otros aunque no menciona a Federico y Filemón Escóbar protegidos por misioneros...

ASILADOS FAMOSOS
Es o no es verdad?

Hacía años que en Bolivia no teníamos motivos para pensar en asilos, exilios políticos, extradiciones y demás situaciones personales anómalas que son frecuentes en los sistemas políticos persecutorios. Tan sólo con el fin de enmarcar este hecho, me remito a los tiempos medievales semibárbaros. Entonces, los templos y monasterios, considerados lugares sagrados, daban asilo, incluso a delincuentes perseguidos por la justicia real, por considerar que hasta el delincuente merece una protección humanitaria racional.

Mucho más cerca en el tiempo, y sin pretender considerar una lista, ni siquiera aproximada, de los asilados famosos, como digo en el titulado de este comentario, la gente de mi edad que todavía respira y piensa, recuerda el caso del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Peruana (APRA) que se asiló en la embajada de Colombia, en Lima, y no pudo salir de aquella residencia diplomática en cinco años, durante los cuales, el dictador Manuel Odría le negó el salvoconducto pasa salir a otro país. Para empeorar aún más la situación, la embajada colombiana tuvo que trasladarse a otro edificio porque la policía mantenía asediada su anterior sede.

Si nos aproximamos un poco más en el tiempo y el espacio, recordaremos que Paz Estenssoro volvió del destierro para ocupar el sillón presidencial, ganado en las elecciones generales del 1951. Un golpe de Estado le arrebató la victoria. Pero – mire usted cómo son las cosas - fue él mismo Paz Estensoro quien practicó una de las más duras persecuciones políticas del último siglo. Algunas palabras y nombres evocarán aquellos tiempos: Control Político, Curahuara de Carangas, San Román, Gayán…

Todavía no habían llegado días más atroces. Pero llegaron fatalmente las dictaduras militares que volvieron a ensombrecer los cielos bolivianos. Las representaciones diplomáticas se llenaron virtualmente de perseguidos políticos. Incluso las europeas, poco inclinadas a recibir esa clase de “invitados”, abrieron sus puertas y habilitaron instalaciones domésticas, para acoger a los muchos bolivianos que solicitaban asilo. De nuevo, algunas casas religiosas como en el medioevo, acogieron a los perseguidos. Estos últimos ingresaban de noche o disfrazados. Se procuraba que el personal doméstico ignorara la presencia de aquellos huéspedes o se los hacía pasar por miembro de la congregación que estaba de viaje por Bolivia. Se gestionaba en alguna embajada el necesario salvoconducto que les permitiría salir del país. Obtenido ese documento “generosamente” expedido por el Gobierno, se los conducía en un coche diplomático hasta el avión que los llevaría al destierro.

Aquí viene al pelo contar la salida clandestina del ex vicepresidente de la República y gran dirigente sindical, Juan Lechín. Gobernaba el Gral. Hugo Banzer. Lechín salió oculto en un jeep conducido por el sacerdote jesuita Gustavo Iturralde, buen conocedor del Altiplano, quien atravesó la permeable frontera boliviano-peruana y libró a Don Juan de la persecución banzerista.

Una vez escritos estos recuerdos de un pasado no lejano, no nos gustaría, es más, nos disgustaría y nos indignaría profundamente que Bolivia volviera a comparecer ante la vergüenza internacional como el país, cuyo Gobierno destierra o exilia a sus ciudadanos.

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