miércoles, 9 de noviembre de 2016

resume el editorialista la situación real "no es triungo de Trump, es el fracaso de otras formas de Gobierno" hará pensar tanto a demócratas como republicanos que algo está pasando. la humanidad está aferrada al primero que le ofrece esperanza y cambio de las estructuras.


Trump, el triunfo de la apuesta populista

Ha sabido transmitir con un éxito sorprendente –y para muchos inexplicable- la idea de un patriotismo sentimental y económico ajeno a lo políticamente correcto como solución a los problemas de los ciudadanos

El triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas no es fruto de ninguna casualidad, sino de una preocupante corriente mayoritaria en la ciudadanía norteamericana hastiada de la política convencional, despreciativa con sus líderes de siempre, y entregada a un discurso populista y endogámico que puede sumir a Estados Unidos en una profunda crisis de valores en cuestión de meses. Antes de alcanzar la Casa Blanca, Trump, un multimillonario surgido para la política a golpes de talonario y simple popularidad televisiva, provocó una severa fractura en el Partido Republicano y ha dejado tras de sí a dieciséis candidatos convencionales. No ha sido un candidato meramente coyuntural o de impactos mediáticos limitados. Su liderazgo ha crecido exponencialmente hasta el punto de reponerse a sus propios errores, su permanente crisis de reputación y su discurso cuasi-racista, y superar unos sondeos que hace apenas dos semanas le situaban hasta quince puntos por debajo de Hillary Clinton.

Es un dato objetivo que la polémica figura de Trump ha calado en una mayoría de los ciudadanos estadounidenses con el mandato de dar un vuelco a la concepción tradicional de la política. Consideran, en definitiva, que Trump encarna la solución a muchos de sus males, especialmente derivados de la merma de poder adquisitivo, de la falta de protección de sus empleos y de la progresiva pérdida de influencia de Estados Unidos como el motor político y económico indiscutible del planeta.

Es sencillo: frente a la imagen de corrupción y opacidad del “stablishment” que representaba Hillary Clinton, los americanos han confiado en un populista de discurso extremo y directo que huye de los convencionalismos, pero que ha sabido transmitir con un éxito sorprendente –y para muchos inexplicable- la idea de un patriotismo sentimental y económico ajeno a lo políticamente correcto como solución a los problemas de los ciudadanos. Incluso, aunque esa solución pase por la humillación y la ridiculización del contrario.

Sus sobreactuaciones sistemáticas y atípicas en la política norteamericana, su misoginia acreditada, su discurso xenófobo y excluyente, su demagogia permanente y su obsesivo desprecio por la figura de Hillary Clinton han ganado una batalla que obligará tanto al Partido Republicano como al Demócrata, y también a todo Occidente, a preguntarse qué está ocurriendo realmente en las capas medias y bajas de nuestras sociedades desarrolladas para que el populismo vuelva a emerger como solución a la falta de credibilidad, confianza y certidumbre en la política clásica.

En cualquier caso, una vez que ocupe el despacho oval de la Casa Blanca, Trump tendrá que aterrizar necesariamente en el universo de la gestión real y el pragmatismo político, y dejar atrás la espectacularidad impostada de sus mítines y sus abusivos excesos ante los micrófonos. Si cumple lo prometido, los riesgos para Estados Unidos son evidentes: tendrá que plantear en breve una guerra comercial con China y México, imponiendo aranceles abusivos a la importación; aprobará la deportación masiva de inmigrantes indocumentados; provocará una auditoría en la Reserva Federal que puede añadir incertidumbre a los mercados e inestabilidad a las optimistas proyecciones de recuperación para Estados Unidos; renegociará los tratados basados en el libre comercio, probablemente aislando poco a poco a la economía norteamericana; y revocará el “Obamacare” por el gasto que representa este sistema de sanidad pública semi-universal que Barack Obama diseñó y no ha podido concluir.

Trump no representa el triunfo de un nuevo liderazgo, sino el fracaso del sistema anterior. Ahora, desde el Despacho Oval, lo razonable es una rectificación de los muchos excesos cometidos en la campaña, y la puesta en práctica de una política mucho más realista de lo que hasta ahora ha planteado para Estados Unidos. Trump debe dejar de ser sinónimo de regresión, conflictividad, desprecio y autoritarismo.

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