martes, 1 de noviembre de 2011

Pedro Shimose resume en contadas líneas la vida y obra de Gadaffi recientemente muerto en la misma ciudad en que nació por opositores cansados de sus extravancias y de su forma cruel y despiadada de goberna sin alternancia.

En plena Guerra Fría, un joven capitán nacionalista, anticolonialista y antimperialista, partidario del panarabismo nasserista, tomó el poder en Libia, el 1 de septiembre de 1969, y proclamó la República en nombre de los ‘oficiales libres’, autores del golpe de Estado. Se llamaba Muamar al Gadafi (Sirte, 07/06/1942 - idem, 20/10/2011). Gobernó Libia con mano férrea durante 42 años. Su ambición, sus sueños y sus luchas lo marcaron a sangre y fuego hasta convertirlo en un tirano cruel y despiadado, fundador de un clan familiar propenso al abuso de poder, el escándalo y la corrupción. Abandonado y combatido por sus socios comerciales europeos, cubierto de escarnio ante los jefes de las tribus beduinas y desprestigiado ante los musulmanes que siempre lo consideraron un infiel, Gadafi murió bajo el fuego de la OTAN, acosado por sus enemigos y suplicando compasión a sus ejecutores. 
La independencia de Argelia, el proceso descolonizador de África, la doctrina de los Países No Alineados, la Primavera de Praga (1968), la Guerra del Jom Kippur o Guerra del Ramadán, entre Israel y la coalición Egipto-Siria (1973) y la Revolución cultural maoísta (1966-1976), entre otros acontecimientos decisivos del siglo XX, definieron la ideología antioccidental, panarabista y populista del autor del Libro Verde (1977), en el que se afirma que la democracia representativa es la falsificación de la democracia y que el sistema de partidos políticos es el fin de la democracia. Es posible que el Libro Rojo, de Mao Tse Tung, publicado en 1966, inspirara a Gadafi en la creación de la “Yamahiriya al-Arabiya al-Libia as-Sabiya al-Ishtirakiya”, o sea, un régimen de masas donde gobiernan los movimientos sociales porque, según la doctrina oficial, “el pueblo decide todo, pero es el pensamiento de Gadafi el que nos guía por el camino correcto”. Los comunistas chinos superaron la doctrina maoísta y optaron por soluciones pragmáticas, pero Gadafi, no. Murió aferrado a las sentencias del Libro Verde que él creyó inmutables.
El adulo y la delirante falsificación de la realidad, alentados por sus secuaces, lacayos y testaferros, le hicieron creer que era infalible. Creció en su megalomanía, creyéndose un visionario capaz de dirigir los destinos de la humanidad. Intentó fundar nuevos estados en coalición con Egipto, Túnez y Siria, alentó guerras civiles en Chad, patrocinó golpes de Estado en Sudán, financió actos terroristas (el más conocido, el atentado de Lockerbie) y acumuló tal riqueza personal que compró el territorio norte de la vecina República del Chad (devuelto posteriormente) y clubes de fútbol en Italia, sobornó a políticos e instituciones de todo el mundo y consintió los indecentes caprichos de sus hijos, extravagancias que lo condujeron al descrédito mundial y el aislamiento. Aunque estableció lazos de cooperación militar con la URSS de ayer y la Rusia de hoy, no permitió el establecimiento de bases militares extranjeras en su territorio. Víctima de su ambición, Gadafi convirtió sus sueños en pesadillas. Soberbio, no aceptó la crítica y ahogó en sangre varias sublevaciones militares, persiguió encarnizadamente a sus enemigos exiliados, convirtió el Poder Judicial en una institución al servicio del régimen, intervino la prensa, la radio y la televisión y creó la prensa oficial, que alentaba su egolatría y fomentaba el culto a la personalidad.
La denominada Primavera Árabe es un espejismo. La democracia no podrá florecer en un país sin Estado y sin instituciones libres. Lo que está por venir es el triunfo de los Hermanos Musulmanes. ¿Los procesos electorales definen la democracia? ¿Los referendos y los plebiscitos la definen? Pienso que no. Hitler y Jomeini llegaron al poder mediante elecciones. Hasta el viernes, queridos cofrades.

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