sábado, 10 de octubre de 2015

33 años insuficientes para alcanzar la madurez democrática. el pueblo sigue expuesto al maniqueismo donde la intolerancia y la descalicación del otro impiden madurar...confirma El Deber "lo de vivir bien" sigue estando en el plano de las quimeras, lo porvenir, el ideal queno alcanzamos a topar.

Hoy cumplimos 33 años de vida en democracia ininterrumpida en Bolivia, la cantidad de años que Cristo necesitó para sentar las bases de una sólida religión, pero que a los bolivianos no nos ha alcanzado para conseguir la madurez política que se requiere para resolver los problemas de fondo que nos siguen aquejando desde aquel 10 de octubre de 1982. Este periodo nos deparó múltiples crisis, retos y hasta la oportunidad de refundar el país, sin que todo aquello nos haya permitido consolidar la institucionalidad democrática.

Cada etapa de esta era estuvo marcada por acontecimientos cuyas enseñanzas no fueron del todo asimiladas. El Gobierno de Hernán Siles Zuazo heredó la cuantiosa deuda externa de las dictaduras, lo que derivó en una profunda crisis política y económica que lo obligó a dejar el mando prematuramente. Aun así, la incipiente democracia boliviana prevaleció y hasta sirvió de faro para que otros países del Cono Sur echaran a las dictaduras militares y abrazaran la democracia.

Luego vino Víctor Paz Estenssoro, que implantó una nueva política económica para frenar la hiperinflación, y que se apoyó en fuerzas extranjeras para combatir el narcotráfico. Le siguieron los años de la llamada democracia pactada, que permitieron el ascenso al poder de líderes de los partidos tradicionales. En este periodo se privatizaron las empresas del Estado y se pusieron en marcha la participación popular, la reforma educativa y la descentralización administrativa. El impacto social de algunas de estas medidas comenzaba a pasar factura. Ya la segunda gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada (2002) encontró al país en una situación de inestabilidad en todos sus frentes, lo que, luego de dos gobiernos de transición, derivó en el ascenso de Evo Morales al poder, en 2006. Desde una visión indigenista, el Gobierno de Morales revirtió medidas de corte neoliberal de sus antecesores, refundó el país con una nueva Constitución y asumió en solitario la lucha contra el narcotráfico, entre sus acciones más relevantes. 

Diez años después y tras un número sin precedentes de variados comicios, que parecieran haber profundizado la democracia, el pueblo boliviano sigue expuesto a un maniqueísmo político inadmisible, donde la intolerancia y la descalificación del ‘otro’ no dejan asimilar los aciertos y errores que nos legaron estos 33 años de democracia. Esto tendría que ser un ejercicio de madurez absolutamente necesario si quisiéramos resolver los problemas estructurales que todavía hacen que aquello de ‘vivir bien’ siga siendo una quimera

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