Danza macabra, diplomacia vudú


Héctor E. Schamis


El video dio la vuelta al mundo en minutos. Maduro baila junto a El Aissami, Cabello y otros funcionarios. La cámara toma la imagen de una pantalla de televisión. Lentamente se aleja. Como si estuviera en un slider, gira y se detiene en una ventana abierta. Zoom in y desde la altura se observan las tanquetas avanzando sobre los manifestantes. Se escuchan estruendos y se ve el humo de los gases lacrimógenos.

Un documental de quince segundos producido con un teléfono. Suficiente para retratar el sadismo de quien se burla de 37 muertos, 362 heridos y un país entero que sufre escasez de alimentos, medicinas y derechos. El título también lo pusieron las redes sociales de manera espontánea: danza macabra.
“Danza Macabra”, poema de Baudelaire en Las flores del mal. Allí, la alegoría de la muerte es una bella mujer, de “fúnebres encantos”, vestida para un baile. Aquí era un dictador y sus cómplices, sin poesía ni belleza, solo con su desprecio y la barbarie de la calle.

El baile del 3 de mayo celebraba la aprobación de su convocatoria a “Asamblea Nacional Constituyente Ciudadana”. En dicha asamblea, una parte de los constituyentes serán elegidos en las comunas de trabajadores, campesinas y barriales. La otra parte tendría un criterio sectorial, representando a grupos de interés. Maduro viaja de Paris 1871—La Commune—a Caracas 2017. Las barricadas ya están en la calles, de hecho, solo que en su contra.

Una idea tan difusa como inconstitucional, es una extraña mezcla de leninismo y corporativismo. El voto universal desaparece, el cual debería refrendar cualquier reforma, violando la mismísima Constitución que alguna vez fue un traje a la medida del chavismo. Golpe tras golpe, es prólogo de colapso cuando un régimen autoritario quebranta hasta la propia institucionalidad que diseñó a voluntad.

La convocatoria a los soviets, que Maduro anunció el 1ro de mayo, debe haberle borrado la sonrisa al Papa, quien el día anterior le había arrojado otro salvavidas. Luego de un largo silencio sobre el tema, Bergoglio dijo que de haber diálogo en Venezuela este debía ofrecer “condiciones claras” y que aun así no era seguro porque la oposición estaba “dividida” al respecto. El Papa habló como si fuera un observador casual, en lugar del Jefe del Estado Vaticano. No puede haber ingenuidad. Las palabras que se pronuncian desde el poder no son para describir la realidad, sino para producirla.

O para cambiarla, aun retrospectivamente. Es que Maduro continúa como presidente en buena parte gracias a la diplomacia vaticana, principal auspiciante del diálogo de noviembre pasado cuyo único objetivo fue impedir el referéndum revocatorio. Recuérdese que con ello se eliminó la mejor fórmula para una transición pacífica y constitucional. El precio de no haberlo llevado a cabo se mide hoy en vidas.

Urge, por ende, conocer las condiciones, probablemente oscuras, de aquel diálogo si se quiere volver a esa idea. Reescribir la historia no es precisamente un milagro. Su Santidad no ignora que la cancha está inclinada en favor del gobierno; que ser opositor de un Estado-partido en el poder por 18 años es poco menos que heroico; y que muchos que dicen ser oposición en realidad son cautivos del oficialismo.

Si a Bergoglio le preocupan las divisiones en la política, también podría decir algo sobre las críticas de la Fiscal General Luisa Ortega al gobierno por la represión contra los manifestantes; o algo acerca de los videos de familiares directos de las nomenclatura chavista llamándolos a reflexionar; o tal vez mencionar a los 85 oficiales del ejército arrestados por negarse a reprimir. El gobierno no parece estar muy unido.

Casi al mismo tiempo, la canciller Malcorra se sumó al Papa con una curiosa frase: “No queremos que a Maduro le vaya mal”—textual—agregando que no había “ánimo destituyente”. Con tal deferencia para con el presidente Maduro no puede comprenderse entonces porqué, tan solo unos días antes, la canciller venezolana había acusado a su par argentina de ofrecerle un acuerdo “para cortarle la cabeza al secretario general de la OEA, Luis Almagro”. Son las típicas cortinas de humo de la política exterior chavista.

Para completar la ofensiva diplomática coordinada por el Vaticano se anuncia que Zapatero, Fernández y Torrijos regresarán a Caracas para reiniciar la mediación. Ya que van tan seguido, y tienen acceso privilegiado a Miraflores, podrían decirle a Maduro lo básico: que libere a los presos políticos y que cese con la represión ilegal y los asesinatos cometidos por sus paramilitares. Sería una buena manera de empezar otra mediación en “condiciones claras”.

O bien podrían exigirle al gobierno ir a visitar a Leopoldo López—hoy secuestrado o desaparecido—tal como lo exigió Almagro, uno de los pocos actores internacionales con credibilidad frente a los presos políticos, sus familiares, la dirigencia opositora y la sociedad venezolana en su conjunto. De ahí que sorprenda que nunca lo incluyan en sus varios capítulos de mediación.
Pero así son las cosas. Es que si la danza de Maduro es macabra, y por ello evoca a Baudelaire, la diplomacia internacional que la acompaña evoca a Carpentier. Es una diplomacia vudú.