Hasta ahora el pueblo que más le ha gustado al nobel fue Santa Ana. El recorrido lo hizo caminando por sus calles de tierra húmeda y fangosa luego de la lluvia. La banda del pueblo tocó una marcha típica de bienvenida durante la caminata. Vargas Llosa, su esposa y amigos vieron las viviendas en hilera y quedaron encantados con el pueblo que fue restaurado íntegramente pensando en conservar el estilo de la época.
Vargas Llosa observa el órgano de Santa Ana fabricado en el Siglo XVII |
El escritor se sorprendió con las antiguas viviendas típicas chiquitanas hechas de barro y madera, con sus paredes pintadas con cal mezclada con mica, un tipo de mineral que deja un brillo especial en las fachadas de las casas. “Me parece fantástico que no lo hayan modernizado, uno tiene la sensación de cómo debieron ser las primeras misiones. Es tan auténtico”, comentó. En la casa museo de Santa Ana le llamó la atención un cepo de madera que atrapaba las piernas y mantenía al castigado de pie, quien, dependiendo de la falta, debía pasar horas bajo el sol.
“Impresionante, no podrían ni sentarse. A ver, voy a intentar”, dijo entre risas y bromas de los presentes que miraron al escritor peruano meter las piernas en el cepo para experimentar la sensación del primitivo castigo. “¿No siente una claustrofobia horrorosa?”, le preguntó su esposa, Patricia, riéndose. “Qué horror que te dejen allí todo el día”, comentó ella.
Al llegar a la entrada de la iglesia, un majestuoso toborochi llamó la atención del nobel, que preguntó por el nombre del árbol ícono de Santa Cruz y dijo que le había gustado mucho. El guardián del templo, don Luis Rocha, le dio la bienvenida con un saludo en lengua chiquitana.
“¡Una maravilla!, realmente han logrado la restauración con tanto gusto; qué bonita, preciosa de verdad”, dijo el autor de Conversaciones en la catedral.
En la misma iglesia lo nombraron huésped ilustre y le regalaron una camisa chiquitana (una más para su colección, ya que ha recibido más de cinco). Patricia Llosa recibió una bufanda color ‘crudo’, pintada con motivos chiquitanos y ambos se llevaron puestos rosarios de madera. Los amigos y la esposa del nobel comentaron lo “extraño que es ver a Mario usando un rosario”. Pero ‘Varguitas’ lo llevó por educación durante el concierto y en cuanto puso un pie fuera de la iglesia se lo quitó.
Para el narrador fue llamativo saber que la edificación lleva en cada columna la prueba de la participación de la comunidad y que para cambiar cada una de esas enormes vigas de madera se necesitó la participación de todo el pueblo.
‘Varguitas’ dijo que en Santa Ana tenía la sensación de vivir “ese momento fundamental del encuentro maravilloso que hubo entre América y Europa, dos mundos que se fundirían para que apareciese América Latina”.
El escritor agradeció y felicitó a los pobladores “por conservar esa cosa hermosa que es el pasado y que en otros lugares se ha destruido por ignorancia o por negligencia”.
La orquesta de cuerda Santa Ana de Velasco interpretó cuatro temas para el visitante y después Francisco Rocha deleitó al nobel con algunas piezas del archivo misional interpretadas en un majestuoso órgano del siglo XVIII, el único en su tipo que se conserva íntegramente. El instrumento fue uno de los objetos que más maravillaron al escritor y su comitiva, quienes quisieron inmortalizar el momento con una fotografía grupal junto al antiguo órgano
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