Tal como era de prever, y como oportunamente lo advirtieron quienes más familiarizados están con el pensamiento de Mario Vargas Llosa, el paso del Premio Nobel por la ciudad de Santa Cruz estuvo muy lejos de las expectativas de sus anfitriones y de los temores de los más recalcitrantes portavoces del oficialismo. Ni vino a ejecutar las órdenes del “imperio” y del “gonismo” para unificar a la oposición y mucho menos a llenar el vacío de ideas que existiría en las corrientes adversas al actual Gobierno según sus portavoces.
En efecto, Vargas Llosa estuvo muy lejos de dar a sus exposiciones el contenido panfletario que al parecer temían unos y esperaban otros. No calló sus opiniones contrarias a las tendencias populistas del Gobierno boliviano, pero fue muy claro al expresar su reconocimiento a la voluntad popular democráticamente expresada por muy en desacuerdo que esté con ella.
Lo que más desagradó seguramente entre quienes organizaron su visita, más incluso que sus cuestionamientos al modelo autonómico, fue sin duda la claridad con que ratificó algunas de las ideas básicas de su visión liberal –no conservadora– de la vida y del mundo. Ratificó su plena identificación con causas como la despenalización de las drogas, la legalización de los matrimonios entre homosexuales y la legalización del aborto, temas con los que no hay coincidencia posible con el conservadurismo decimonónico que inspira a varias corrientes de la oposición en nuestro país.
Es bueno que así haya sido, pues si algo le hace mucha falta al debate político nacional es algo de aire fresco. El que la visita de Vargas Llosa haya puesto en evidencia esa necesidad es de por sí un gran aporte.
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