Agotada la agenda de octubre, el Gobierno se quedó sin ideas. Tal es así, que la falta de imaginación y creatividad de la administración masista armó la cumbre social como un eufemismo para diseñar el plan de gobierno para el futuro, puesto que no tienen ninguno. Esta sintomatología refleja un Gobierno enfermo de ideas, y sin ideas no hay planificación y sin planificación no hay gestión, una muestra es la pésima ejecución presupuestaria de 2011.
Si no existe planificación ni coordinación ¿cómo podría integrarse las decisiones de los 9 gobiernos departamentales y 337 municipios con las decisiones del Gobierno central, cuando nadie sabe por dónde comenzar? Además, ¿quien comienza, si todos son “autónomos” en sus decisiones?
El problema radica en que al no existir planificación no saben a dónde ir. El Estado tiene muchas cosas por hacer, pero ellos no saben cuáles son. La ganancia política inmediata y el cortoplacismo los condena. En su habitual confusión, demuestran su ineptitud de gestión recurriendo a los movimientos sociales para que les digan qué deben hacer y cómo deben hacerlo. Como las masas son dueñas del poder, el Estado está a la deriva, no tiene rumbo, el gobierno vive al día, no hay visión, el caudillismo no es suficiente, por eso no edifican, ni levantan, ni crean cosa alguna, a pesar de tener un gran potencial para hacerlo. Se limitan a eludir los problemas que ellos mismos crean, si los confrontan es para esquivarlos y dejarlos sin solución de fondo, o los dilatan para el futuro cuando ya se transforman en conflictos mayores.
Los pocos planes que formulan los ministerios y los gobiernos departamentales son ejercicios burocráticos sin control estatal, nadie los revisa, los ministerios no lo hacen, solo imponen su criterio desde una óptica estrictamente fiscal y de corto plazo. Los planes sectoriales, regionales y locales, si los hay, no tienen la misma metodología ni están orientados al cumplimiento de objetivos y metas integrados. Sin planificación y coordinación necesaria, el presupuesto del sector público no es la expresión financiera de esa planificación, consecuentemente el gasto público es improvisado, es deficiente, y seguirá siéndolo mientras no se planifique en serio.
La planificación es imprescindible para construir tanto un Estado neoliberal como para construir un Estado socialista, sin planificación, coordinación e integración de esfuerzos, el país sigue en el círculo vicioso de la rutina burocrática que le condena a empezar siempre de nuevo, a improvisar las políticas públicas, con las cuales el ciudadano solo se conforma, es poco exigente, no protesta, no existe.
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