El ‘gasolinazo’ del 26 de diciembre, nos tomó a los bolivianos por sorpresa. Pocos habían reparado en una tanda de ‘spots’ de televisión difundidos por el oficialismo que, por anticipado, se referían a la subvención de los carburantes y al contrabando de gasolina y diesel, aunque sin anunciar medida alguna. Fue un el intento de lanzar mensajes subliminales para que los ciudadanos acepten un duro gasolinazo. Estos mensajes resultaron tan difusos que muy pocos imaginaron que se iba a decretar un alza astronómica de los precios de la gasolina y el diesel, este último importando en su totalidad.
La historia de las subvenciones de diversos productos, pero principalmente de los carburantes, es ya larga. Eliminar este gasto era aconsejable, si había racionalidad en la medida haciéndola progresiva. Si se imponía, sin solidaridad con los menos favorecidos, el pueblo se rebelaría.
El actual régimen en el poder desde enero del 2006, es decir hace cuatro largos años no cesó de subvencionar los precios de los hidrocarburos para el consumo interno. Mientras tanto, se crearon bonos y se lanzaron grandes proyectos, como la construcción en China de un satélite de comunicaciones, y un plan de compras de aviones y de armas. Hubo, además, un desenfrenado prebendalismo para conservar el apoyo popular. Al fin, se estaba en un excepcional momento: Se decía que Bolivia tenía grandes reservas de gas y los contratos de venta al Brasil y la Argentina, constituían una buena fuente de ingresos. En estas circunstancias, se pensó que no sería necesario tomar medidas duras e impopulares.
Las cosas, desde entonces, cambiaron. El barril de petróleo ya no se cotiza en más de ciento cuarenta dólares; hay dificultades para cumplir los compromisos asumidos para proveer de gas a Argentina y Brasil; aumentaron las prebendas y los gastos extraordinarios; las inversiones en el sector de los hidrocarburos se redujeron dramáticamente y se esfumaron, por falta de inversión e ineficiencia en el manejo del sector, las reservas de gas anunciadas en 2006.
Por otro lado, el oficialismo nunca creyó que seríaresistida una medida suya, aun la que seguramente castiga a los sectores menos favorecidos. La soberbia, nuevamente fue la consejera. Es que, hasta hace unos días, era difícil imaginar que en uno de los bastiones del MAS –la ciudad de El Alto- se llegara a desconocer el liderazgo de Evo Morales y a pedir que deje el gobierno.
El mal cálculo –se ve– tuvo un elevado precio. El apoyo al presidente y a su partido, tan extendido y generalizado, mermaba dramática y fatalmente.
Aún no se sabe qué convenció a la jerarquía gobernante para que anule el gasolinazo. Pero si se percibía que ya estaba en riesgo su permanencia en el poder. El presidente se fue quedando solo. Pocos de sus colaboradores lo respaldaron abiertamente, seguramente convencidos de los peligros de seguir insistiendo en esta cruel medida. Y, lo que es de mayor gravedad, las masas lo abandonaban. Se terminaba así el idilio masista con los llamados movimientos sociales y, lo que es más notorio, acababa el miedo y el respeto a su venerable jefe y símbolo político: el jefe del MAS.
Pero quedan muchas interrogantes tras estas idas y venidas. ¿Habrá un real propósito de enmienda en un régimen que, ensoberbecido, estaba acostumbrado a no tomar en cuenta ni la crítica ni el sentido común, insistiendo siempre en el impulso populista? ¿Habrá cambios de conducta en los oficialistas, en vista de que es cierto que “no se puede sembrar nabos en la espalda del pueblo”?
Y en la secuela de este intento, ¿podrá el gobierno hacer que se revierta el alza –hasta ahora incontrolado- de los precios que el “gasolinazo”, ya revocado, provocó?
Y muchas preguntas más, de cuyas repuestas dependerá la paz social, la que ya no puede ser impuesta, sino alentada, en democracia, por el régimen.
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