De villa Soldati a la payasada de Cancún
Miradas
En horas, Evo Morales se ha visto en el centro del escrutinio internacional, ya no como el portavoz de los indígenas desposeídos, sino en una faceta más genuina y cruda, la del gestor ideológico y operador de formas insurreccionales que se llevan a cabo justificando las fechorías más payasas, como se lo recordó nada menos que el premio Nobel más cercano a Bolivia.
Más concretamente que en las favelas militarizadas del Brasil, donde su influencia es responsable de gran parte de la violencia, detrás de los hechos de Buenos Aires se encuentra la tenacidad del populismo cocalero, su infinita capacidad de generar odio, iniciada mucho antes de llegar al gobierno, durante decenas de estadías con la colonia boliviana en Buenos Aires, cuyos líderes Morales ha tratado personalmente al configurar un red de apoyo electoral adicional, que en última instancia se tradujo en el voto de esos compatriotas por su candidatura, en la Argentina, pero incluso en el desplazamiento masivo de bolivianos que vinieron a votar en el territorio nacional a pesar de no estar ni inscritos.
Ni a lo uno ni lo otro es ajena la Señora Fernández que se ufanó de colaborar en los viajes de los votantes, hecho inaudito en la historia, como tampoco lo era su finado marido quien contribuyó mucho más que Lula a darle credibilidad al prospecto de la exportación gasífera a la Argentina y legitimar la satrapía que fue la supuesta nacionalización.
Detrás de los cadáveres de los asesinados en la Argentina se encuentran los atávicos instintos, racistas de un sector de la sociedad argentina, qué duda cabe, pero están sobre todo reflejadas las consecuencias de las consignas y acciones del populismo cocalero, las que en Bolivia le permitió no sólo derrocar a gobiernos constitucionales mediante la generación de conflictos y muertos para poder luego realizar puestas en escena propiamente cinematográficas, responsabilizando a los agredidos, gritando al racismo y a la discriminación, sino exigir eventuales derechos rompiendo con las mínimas normas de convivencia civilizada, saltando muros, plantando coca, contrabandeando todo, ocupando lo ajeno, sentándose en la ley y arreglándolo , si acaso, después.
El mismo maniqueísmo, en las calles de las villas miseria bonaerense o en las paradisiacas playas de Cancún, testigos de lo que puede ser la diplomacia en manos de forajidos. Siempre las exigencias totales y definitivas, la infinita prepotencia sindicaloide, maximalista y atrabiliaria es la que en México condujo, ante todo el planeta al esplendor del fracaso diplomático individual más contundente que Bolivia haya registrado en su historia.
La automarginación del gobierno de un país cuyo peso demográfico y económico es irrisorio en relación a los 153 otros y que adicionalmente posa como medioambientalista cuando no ha producido ni una sola política pública digna de ese nombre en cinco años y cuyo presidente es simultáneamente presidente de los productores de hoja de coca que proveen de materia prima para la producción de cocaína es el resumen de un cinismo descomunal y patológico, que el mundo ha empezado azorado a descubrir.
*Magister en Gestión y Políticas Publicas. Ex diputado nacional por el MNR.
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