La resolución de competencias que Bolivia obtuvo favorablemente en el tribunal de La Haya, ha catapultado la imagen pública del agente diplomático ante ese tribunal, el abogado Eduardo Rodríguez, y también del vocero oficial de la demanda marítima, el historiador Carlos Mesa; que ha incrementado su popularidad después de participar exitosamente como apologista de la causa boliviana, en el principal canal chileno de televisión. Ambos fueron presidentes de la República extinta y con las tareas bien hechas, han inspirado a algunos activistas de las redes sociales que ya los ven como una dupla de candidatos para las elecciones de 2019 o como una fórmula alternativa al quebranto de liderazgo que sufre la oposición boliviana. Es que con mucha honestidad han encendido una sensación de superioridad, que ha resultado nociva en medio de los círculos de Gobierno; además que los talentos y las capacidades de estos dos diplomáticos han estimulado el aprecio popular por la labor y las acciones eficientes que desarrollan en el proceso de defensa de los derechos del país.
El historiador Carlos Mesa, el jueves pasado y en medio de su auge, ha manifestado que no es partidario de la reelección del presidente Morales. Esta declaración le ha valido muchas simpatías entre la oposición, así como ha inyectado una dosis considerable de malestar a todos (léase todos) los funcionarios oficialistas. La aparición (o la reaparición, como quiera entenderse) de estos personajes públicos en la escena política ha puesto en evidencia la minusvalía en la que ha caído la figura del presidente Morales. Es que lo que ha prevalecido en el inconsciente colectivo es el perfil competente y estadista con el que se han comportado, tanto Mesa como Rodríguez, en el escenario donde les tocó participar.
El hecho que durante esta semana la atención nacional y la opinión pública hayan prescindido de Evo Morales, muy relegado en una esquina, ha acribillado en lo más íntimo del oficialismo. Todo quedó patente en el acto oficial en memoria de los 150 años de la muerte del Mariscal Santa Cruz. Las vanidades y las inseguridades del alto dignatario emanaron a flor de piel; además, sus reiterados titubeos en el discurso delataron su lado más flojo como estadista. Este acontecimiento no ha coincidido con el éxito obtenido en La Haya por los dos protagonistas inmediatos; es más, puso sombra sobre el liderazgo nacional que actualmente ostenta de una manera artificial el presidente Morales, que hace grandes esfuerzos para permanecer en el firmamento como una estrella, pese a su brillo decadente.
Ya deberían tener cuidado estos dos diplomáticos, porque los agentes azules están concentrando un cúmulo de sentimientos atroces y unas envidias irrefrenables para deshacerse de ellos; por haber relegado la imagen del todopoderoso y por poner en peligro la ficción de la reelección. Lo peor que podría hacer el Gobierno es separarlos de sus funciones diplomáticas, por el sólo hecho de disentir con el “megalomaniaco” plan para la reelección del máximo líder. Este sí que sería un acto de brutalidad pura y simple, no extraño para el común de las gentes, porque el Gobierno utilizará cualquier medio para reconstruir y ante todo glorificar la figura del presidente del Estado Plurinacional; aunque sea aplicando, contra los que le hacen sombra, esa crueldad selectiva y taimada que mal sobra en las mentes masistas.
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