Alguien se preguntará porqué son los jóvenes los que protestan en Venezuela, únicos capaces de poner en apuros al duro régimen chavista, tal como lo hicieron en el 2008 cuando se convirtieron en artífices de la única derrota electoral que ha tenido el chavismo en 14 años de hegemonía.
La respuesta es muy simple: tienen tiempo de sobra porque no consiguen trabajo y muchos de ellos tampoco logran ingresar a la universidad, porque son víctimas de un sistema educativo retrógrado que les impide adquirir las competencias necesarias para ganarse un espacio digno en el mercado laboral. Eso da mucha rabia.
La realidad de los venezolanos es muy parecida al del resto de América Latina, donde seis de cada diez jóvenes que consiguen empleo lo hacen en la informalidad, en condiciones precarias, con bajos ingresos y sin cobertura social ni derechos. Se calcula que en toda la región 27 millones de jóvenes padecen la misma situación.
Lo peor de todo es que las condiciones de vida de la juventud no han mejorado significativamente en el continente pese al contexto de crecimiento económico experimentado en la última década. Según la OIT, el desempleo juvenil se redujo en apenas el dos por ciento y representa el doble de la tasa general y el triple de nivel de desocupación de los adultos.
Como ocurre siempre, los menos favorecidos son los sectores de bajos ingresos, cuya tasa de desocupación (25%) es más del doble que los jóvenes de mayor nivel adquisitivo (10%) y por ende, con mejor educación que les abre las puertas del trabajo. Con respecto a la calidad del empleo, casi el 56 por ciento solo consigue un puesto en condiciones de informalidad, lo que implica bajo salarios, inestabilidad laboral y carencia de protección social y legal.
El caso boliviano es uno de los más dramáticos del continente y simplemente refleja la situación de precariedad general del empleo. En nuestro país, entre el 60 y el 70 por ciento de la población tiene un puesto de trabajo informal y en el segmento juvenil esta cifra supera el 87 por ciento. Todos estos jóvenes no cuentan con un empleo digno, viven en la incertidumbre, se desempeñan en la precariedad, no tienen seguro de salud y no gozan de las condiciones mínimas. Muchos de ellos optan por el comercio, la plantación de coca, el contrabando y la búsqueda del dinero fácil, según los análisis que hacen los expertos.
Y mientras en Venezuela los jóvenes protestan ¿qué hacen los chicos bolivianos? Un dato para darse una idea. Recientemente la Universidad Gabriel René Moreno llamó a examen de ingreso y se presentaron cerca de 20 mil postulantes. El 80 por ciento, es decir unos 16 mil jóvenes fueron reprobados, de los cuales una pequeña porción optará por la vía privada. Más de 15 mil nuevos desempleados, que no estudian y que tampoco trabajan. A estos deben sumarse los cientos de miles de adolescentes que no asisten al colegio. Según el Censo 2012, la escolaridad en el nivel secundario apenas llega al 46 por ciento y existe una gran segmento de chicos que no tienen ninguna actividad y que son presa fácil de la delincuencia.
No es fácil permanecer tranquilo en estas circunstancias y por eso es que los jóvenes venezolanos parecen decididos a ir hasta las últimas consecuencias. En todo el mundo este descontento juvenil se ha tornado contagioso. Bolivia debería tomarlo en cuenta.
La respuesta es muy simple: tienen tiempo de sobra porque no consiguen trabajo y muchos de ellos tampoco logran ingresar a la universidad, porque son víctimas de un sistema educativo retrógrado que les impide adquirir las competencias necesarias para ganarse un espacio digno en el mercado laboral. Eso da mucha rabia.
La realidad de los venezolanos es muy parecida al del resto de América Latina, donde seis de cada diez jóvenes que consiguen empleo lo hacen en la informalidad, en condiciones precarias, con bajos ingresos y sin cobertura social ni derechos. Se calcula que en toda la región 27 millones de jóvenes padecen la misma situación.
Lo peor de todo es que las condiciones de vida de la juventud no han mejorado significativamente en el continente pese al contexto de crecimiento económico experimentado en la última década. Según la OIT, el desempleo juvenil se redujo en apenas el dos por ciento y representa el doble de la tasa general y el triple de nivel de desocupación de los adultos.
Como ocurre siempre, los menos favorecidos son los sectores de bajos ingresos, cuya tasa de desocupación (25%) es más del doble que los jóvenes de mayor nivel adquisitivo (10%) y por ende, con mejor educación que les abre las puertas del trabajo. Con respecto a la calidad del empleo, casi el 56 por ciento solo consigue un puesto en condiciones de informalidad, lo que implica bajo salarios, inestabilidad laboral y carencia de protección social y legal.
El caso boliviano es uno de los más dramáticos del continente y simplemente refleja la situación de precariedad general del empleo. En nuestro país, entre el 60 y el 70 por ciento de la población tiene un puesto de trabajo informal y en el segmento juvenil esta cifra supera el 87 por ciento. Todos estos jóvenes no cuentan con un empleo digno, viven en la incertidumbre, se desempeñan en la precariedad, no tienen seguro de salud y no gozan de las condiciones mínimas. Muchos de ellos optan por el comercio, la plantación de coca, el contrabando y la búsqueda del dinero fácil, según los análisis que hacen los expertos.
Y mientras en Venezuela los jóvenes protestan ¿qué hacen los chicos bolivianos? Un dato para darse una idea. Recientemente la Universidad Gabriel René Moreno llamó a examen de ingreso y se presentaron cerca de 20 mil postulantes. El 80 por ciento, es decir unos 16 mil jóvenes fueron reprobados, de los cuales una pequeña porción optará por la vía privada. Más de 15 mil nuevos desempleados, que no estudian y que tampoco trabajan. A estos deben sumarse los cientos de miles de adolescentes que no asisten al colegio. Según el Censo 2012, la escolaridad en el nivel secundario apenas llega al 46 por ciento y existe una gran segmento de chicos que no tienen ninguna actividad y que son presa fácil de la delincuencia.
No es fácil permanecer tranquilo en estas circunstancias y por eso es que los jóvenes venezolanos parecen decididos a ir hasta las últimas consecuencias. En todo el mundo este descontento juvenil se ha tornado contagioso. Bolivia debería tomarlo en cuenta.
El caso boliviano es uno de los más dramáticos del continente y simplemente refleja la situación de precariedad general del empleo. En nuestro país, entre el 60 y el 70 por ciento de la población tiene un puesto de trabajo informal y en el segmento juvenil esta cifra supera el 87% ciento. Estos jóvenes no tienen seguro de salud y no gozan de las condiciones mínimas.
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