La escasez creciente de alimentos, la inflación, el crimen, la corrupción, la mediocridad en el manejo de los recursos del Estado y, sobre todo, la sensación de que Venezuela está desbarrancándose han formado un polvorín que el miércoles mostró su gravedad con enfrentamientos violentos que han llevado la tensión en el vecino país a niveles extremos. Al escribir estas líneas (medianoche del jueves), Venezuela estaba rumbo a un desenlace cuya orientación final era aún una incógnita mayúscula.
Un endurecimiento del Gobierno de Nicolás Maduro no mejorará los términos de la ecuación planteada en ese país, dividido en dos mitades. Ambas son formidables y una salida por la fuerza no luce atractiva para nadie, aunque las opciones democráticas parezcan cada vez más débiles. La chispa que llevó al fuego muy cerca del polvorín fue la protesta de estudiantes por las detenciones de colegas en ciudades occidentales. El Gobierno, cercado por su inhabilidad para lidiar con momentos de apreturas económicas, acusó a dirigentes opositores de buscar su derrocamiento violento. Tres personas murieron y hay decenas de detenidos. ¿Es solo una vuelta dentro de una espiral sin final previsible? Los problemas siguen siendo los mismos y nada hace pensar que la represión vaya a llenar los escaparates. La escasez afecta al 28% de los productos que ordinariamente consume el venezolano.
Para Bolivia es fundamental seguir de cerca lo que ocurre en el país bolivariano. Nunca los vínculos entre los dos países fueron tan fuertes. Venezuela es el pivote de la ALBA, la alianza de naciones bajo una plataforma neosocialista que se contrapone al libre mercado y busca reanimar bajo matices y énfasis diferentes al marxismo-leninismo que se hundió en Europa (Cuba dejó de entusiasmar hace mucho y nadie habla de seguir su modelo). De esa alianza es parte Bolivia, junto a un puñado de otras naciones. Económicamente, Venezuela abrió sin reparos la billetera en los primeros años del Gobierno del presidente Morales y la deuda hacia ese país no es insignificante. La embajada de Venezuela entregaba cheques a los beneficiarios de programas del Gobierno (ahí están las obras inconclusas) y Hugo Chávez apoyó sin reticencias (el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez también lo hizo) la demanda marítima boliviana.
Eran tiempos en los que la riqueza petrolera que el vecino aún recibe a torrentes cubría todo, incluso las deficiencias de gestión. Esos tiempos acabaron. Tensiones sociales y políticas con escasez de alimentos, inflación (la más alta del mundo), el apagón inaudito de los medios impresos ahora sin papel y otras miserias atizan el fuego que se aproxima al polvorín.
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