Hay que tener cuidado de ofrecer gato por libre a la desdichada gente que está sufriendo por los desastres naturales, no vaya a ser que el remedio sea peor que la enfermedad. Pues pese a que es bastante crítica la situación de aquellos pobladores de Morochata que fueron sepultados por un cerro, hay que ver cómo están sufriendo en el Beni, en el norte de Santa Cruz y otras partes del oriente boliviano que han sido ofrecidas como alternativa de reconstrucción de vida y hacienda.
El presidente Morales dice con mucha facilidad diez, veinte, treinta, cincuenta hectáreas en las tierras bajas, como si eso fuera gran cosa y en realidad es muy poco aún en condiciones favorables. No queremos imaginar la odisea de trasladar en el corto plazo más de 50 mil familias damnificadas, dotarles de vivienda, tierras de cultivo, herramientas, escuelas, hospitales y en lo posible, canchitas de fútbol como se acostumbra últimamente.
Un viceministro que estuvo sobrevolando el norte de Santa Cruz, la zona más productiva de Bolivia, donde miles de hectáreas están bajo el agua, incluyendo a San Pedro, el nuevo polo soyero nacional, proponía a la Chiquitania como destino de las familias que supuestamente se van a reubicar pero tal vez desconoce que la mayor parte de esa región sufre de sequía y precisamente hoy cuando la mitad del país está bajo el agua, en los valles cruceños, la provincia Cordillera, gran parte del Chaco y Chiquitos han caído apenas unos chubascos aislados que no aseguran una cosecha aceptable, especialmente de maíz, cuyo precio prácticamente se ha duplicado en los últimos meses debido a la escasez.
Hace menos de un mes, cuando el Gobierno festejaba los ocho años de la gestión masista, la población pudo escuchar -sin más remedio-, el relato presidencial de cinco horas sobre un país de maravillas, con grandes inversiones, refundado y reconstruido gracias una espléndida gestión que ha provocado una revolución social sin precedentes. Y pese a que el gasto de este periodo no tiene parangones en el pasado, lamentablemente todo lo demás es una simple fantasía y así queda demostrado en todas esas imágenes que difunden los medios diariamente y que muestran a una nación precaria, a familias en la misma miseria de siempre, a bolivianos indefensos ante los azotes del clima, como si no hubiera mejorado su situación.
En lugar de planificar éxodos masivos, relocalizaciones y traslados, el Gobierno debería en primer lugar, dedicarse a atender con se debe la emergencia actual. Es inaudito que los líderes políticos se nieguen a soltar el calendario electoral en medio de las tragedias y encima se dediquen a pelear y agredir a los oponentes, cuando miles de bolivianos y productores necesitan el auxilio coordinado y bien planificado. Los gobernantes deben también enfocarse en las consecuencias que se vienen, pues solo en la mente de los que controlan la economía y en las frondosas cifras que suelen mostrar, persiste la idea de que no hay ninguna amenaza de escasez y de inflación, a no ser que confíen demasiado en sus estadísticas fraguadas. Así le pasó a Venezuela.
El presidente Morales dice con mucha facilidad diez, veinte, treinta, cincuenta hectáreas en las tierras bajas, como si eso fuera gran cosa y en realidad es muy poco aún en condiciones favorables. No queremos imaginar la odisea de trasladar en el corto plazo más de 50 mil familias damnificadas, dotarles de vivienda, tierras de cultivo, herramientas, escuelas, hospitales y en lo posible, canchitas de fútbol como se acostumbra últimamente.
Un viceministro que estuvo sobrevolando el norte de Santa Cruz, la zona más productiva de Bolivia, donde miles de hectáreas están bajo el agua, incluyendo a San Pedro, el nuevo polo soyero nacional, proponía a la Chiquitania como destino de las familias que supuestamente se van a reubicar pero tal vez desconoce que la mayor parte de esa región sufre de sequía y precisamente hoy cuando la mitad del país está bajo el agua, en los valles cruceños, la provincia Cordillera, gran parte del Chaco y Chiquitos han caído apenas unos chubascos aislados que no aseguran una cosecha aceptable, especialmente de maíz, cuyo precio prácticamente se ha duplicado en los últimos meses debido a la escasez.
Hace menos de un mes, cuando el Gobierno festejaba los ocho años de la gestión masista, la población pudo escuchar -sin más remedio-, el relato presidencial de cinco horas sobre un país de maravillas, con grandes inversiones, refundado y reconstruido gracias una espléndida gestión que ha provocado una revolución social sin precedentes. Y pese a que el gasto de este periodo no tiene parangones en el pasado, lamentablemente todo lo demás es una simple fantasía y así queda demostrado en todas esas imágenes que difunden los medios diariamente y que muestran a una nación precaria, a familias en la misma miseria de siempre, a bolivianos indefensos ante los azotes del clima, como si no hubiera mejorado su situación.
En lugar de planificar éxodos masivos, relocalizaciones y traslados, el Gobierno debería en primer lugar, dedicarse a atender con se debe la emergencia actual. Es inaudito que los líderes políticos se nieguen a soltar el calendario electoral en medio de las tragedias y encima se dediquen a pelear y agredir a los oponentes, cuando miles de bolivianos y productores necesitan el auxilio coordinado y bien planificado. Los gobernantes deben también enfocarse en las consecuencias que se vienen, pues solo en la mente de los que controlan la economía y en las frondosas cifras que suelen mostrar, persiste la idea de que no hay ninguna amenaza de escasez y de inflación, a no ser que confíen demasiado en sus estadísticas fraguadas. Así le pasó a Venezuela.
Hace menos de un mes, cuando el Gobierno festejaba los ocho años de la gestión masista, la población pudo escuchar -sin más remedio-, el relato presidencial de cinco horas sobre un país de maravillas, con grandes inversiones, refundado y reconstruido gracias una espléndida gestión que ha provocado una revolución social sin precedentes.
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