El presidente Evo Morales ha vivido en Oruro uno de los momentos más difíciles de su carrera política, o por lo menos de su gestión presidencial.
Haber tenido que salir deprisa de una ciudad, capital del departamento donde nació, seguramente fue una de las circunstancias más duras para el jefe de Estado.
Habrá que hacer una evaluación de los antecedentes que llevaron a que se dieran esos hechos tan deplorables, a menos de un año de que el electorado de la región le diera, según dicen las cifras oficiales, más del 80% de los votos.
Es tarea de quienes acompañan al presidente Morales hacer una revisión de los hechos –quizá errores, y quizá errores garrafales- que llevaron a que esto ocurra. Se trata de un trabajo similar al examen de conciencia que hacen quienes creen en los principios del cristianismo.
Lo que no corresponde hacer, en absoluto, es tildar a quienes protagonizaron los actos de protesta de terroristas o paramilitares, o afirmar que los gremiales que protestan contra el Gobierno son simples agentes del capitalismo.
Hacer esas cosas es ofender a la opinión pública pero sobre todo es mostrar que el Gobierno no sabe admitir sus errores ni reconocer que otros ciudadanos podrían tener la razón.
Si el propio Gobierno abrogó el decreto por el cual había decidido elevar el precio de los carburantes, porque lo consideró equivocado, no corresponde que condene con los peores calificativos a quienes dicen lo mismo.
Lo que dijeron los marchistas de Oruro fue que el Gobierno se equivocó al provocar, con una medida no meditada, esta ola inflacionaria que no cesa. Es decir que se trataba del mismo mensaje del órgano Ejecutivo del Estado cuando admitió su error.
No por eso los manifestantes de Oruro deben ser tildados de vendidos a la derecha o directamente paramilitares, como el propio vocero presidencial, Iván Canelas, llegó a decir del dirigente sindical orureño.
Del mismo modo parece equivocado decir que los dirigentes gremiales son agentes del capitalismo porque encabezan una protesta contra la iniciativa gubernamental de desplazarlos de la función de comerciantes.
Quizá ha llegado el momento en que el Gobierno comience a aceptar que otros también pueden tener razón. Un momento en el que admita que sus puntos de vista no son perfectos ni irrebatibles, sino propuestas que merecen ser debatidas. Aceptar ello es reconocer los principios de la democracia.
Sólo los regímenes totalitarios condenan y hasta llevan a la cárcel a quienes piensan diferente. Las democracias, en cambio, usan las opiniones divergentes como una oportunidad para mejorar las tomas de decisión.
No es conveniente esperar a que el estado de las cosas llegue a los extremos a los que se llegó en Egipto. Cuando los pueblos están cansados de los gobiernos que los oprimen o que muestran incapacidad para recapacitar, son capaces de todo.
El país entero está esperando que el gobierno del presidente Morales cambie de actitud, aprenda a reconocer sus errores, y sobre todo a corregirlos. Los bolivianos aprecian mucho la democracia, y lo han demostrado condenando a muchos gobiernos que la violaron. No es bueno llegaron a los extremos. (editorial de El Deber, SC)
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