La tarde del domingo último me tomé el tiempo de oír, palabra a palabra, el desafortunado discurso de S.E. que, por más atención que se ponga, no se entiende mucho, porque S.E. se salta de un concepto a otro, vuelve al anterior, confunde términos cuando le conviene y otros los confunde porque se pierde en la perorata. No hay, al parecer, nadie quien le escriba por lo menos una guía armonizada, de los temas que va a tratar. Pero la alocución del domingo, quedará como una pieza oratoria única, como ejemplo de las que no se deberían repetir en Bolivia, y será un hito dentro de las Fuerzas Armadas de la Nación, cuando éstas se liberen, algún día, de la amenaza y de las dádivas masistas.
Ya no vamos a referirnos a tanta cháchara antiimperialista, ni anticapitalista, ni antiyanqui, porque ese es el pan diario de los bolivianos a falta de un pan más barato. Las repetidas elucubraciones filosóficas, sociológicas y cósmicas de S.E. ya se han ganado un sitial que nadie le podrá arrebatar en el futuro. Así lo esperamos -y rogamos- con verdadera fe. Si llegara a la Presidencia alguien más locuaz y verboso estaríamos perdidos del todo.
La pena de la alocución para celebrar el Bicentenario del Ejército -por extensión de las Fuerzas Armadas– fue el sometimiento absoluto del comando militar a sus palabras. El propio Comandante General del Ejército puso de su parte, hablando de un nuevo Ejército que surge “como una institución socialista, comunitaria y como tal nos declaramos antiimperialistas”. ¿A quiénes de sus colegas consultaría el señor Comandante para hacer tal afirmación? Seguramente que a nadie; basta con refugiarse en el mamotreto constitucional que sirve para todo. Pero no deja de ser interesante tampoco, como recompensa, que el Alto Mando fuera ratificado para cuidar del proceso de cambio por un año más. Ahí S.E. cosechó los únicos aplausos entusiastas que salieron de los beneficiados y sus familias.
El caso lamentable es que refiriéndose al Bicentenario del Ejército, sólo mencionó a los indígenas que lucharon en las guerras de emancipación (50.000 quechuas reclutados en una republiqueta, dijo). No mencionó a nuestros bravos criollos. Menos mal que educadamente pidió perdón a España antes de zurrarla. Y se refirió, como un catedrático eximio, a las ideas nacionalistas y revolucionarias que aparecieron en Bolivia luego de la Guerra del Chaco. Nombró a Toro, Villarroel y Bush, como paladines de la liberación, y al general Torres, por supuesto. Esperábamos que dijera algo sobre las guerras de la Confederación y del Pacífico. Y esperábamos esas menciones porque en la tribuna estaba sentado el Comandante en Jefe del Ejército chileno.
¡Pues vaya valentía! Nos quedamos esperando lo más importante. Nos quedamos a la espera de lo que en el Bicentenario del Ejército S.E. expresara sobre, por lo menos, la Guerra de 1879, una de las más desafortunadas para Bolivia. ¡Ahí estaban, además, los Colorados de Bolivia! ¡Los caídos en el Alto de la Alianza! Pues bien, durante el Bicentenario del Ejército no se mencionó ni una sola vez de boca de S.E. la Guerra del Pacífico, menos la de la Confederación, y mucho menos a Chile. A Perú se lo nombró sólo porque dijo que nuestros militares están “recuperando” minerales en esa frontera.
Debo decirlo hoy y repetirlo siempre: nada tengo en contra de Chile que no sea nuestra desafortunada historia. Es más, Chile nos dio asilo a muchos bolivianos durante las persecuciones que se produjeron a partir de 1952. Ahí estudié y allí obtuve mi bachillerato. Lo que más quisiera es volver a una armoniosa relación con los chilenos dentro de los márgenes de sincera amistad que pasan por acuerdos dignos con esa nación vecina.
Pero no mencionar el asunto marítimo, y borrar de la historia de Bolivia, de un plumazo, la Guerra del Pacífico, porque en el acto estaba sentado el supremo comandante militar chileno, es algo que no se digiere fácilmente. Hablar de las nuevas Fuerzas Armadas socialistas y antiimperialistas ignorando lo más duro de su pasado, no es perdonable. S.E. está haciendo mucho daño a las futuras generaciones de militares al politizarlos con ideas extravagantes y negativas y, sin embargo, eludir la mención a su pasado histórico, por desafortunado que hubiese sido. A este paso, ya no caben las marchas del 23 de marzo. Los homenajes a Abaroa o el recuerdo a Grau, están demás.
Ahora resulta que la “bandera de guerra” del Ejército había sido la wiphala. ¿Ya no es la tricolor? No lo sabíamos. Nos dimos cuenta cuando vimos a ese estandarte recientemente inventado encabezar el desfile. El triste acto, carente de todo valor cívico, de todo decoro, acabó con el ya aceptado: “Patria o Muerte”.
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