Durmiendo con el enemigo
Iván Arias Durán
Una menor de edad que actualmente (2017) tiene 13 años fue violada, en su propio domicilio, por su padre, tío y hermano desde 2012. El primer abuso ocurrió hace cinco años, cuando la víctima tenía ocho años. El agresor entonces fue su tío, que tenía 26 años. Tres años después fue su hermano, que tenía 13 años, y a principios de este año su padre, de 40 años, la vejó. La menor de edad contó su tragedia la semana pasada a sus profesores, quienes hicieron la denuncia a la Defensoría de la Niñez y Adolescencia de El Alto, que a su vez reportó lo que pasaba a la FELCV. Noticias como ésta no cesan y los límites de tolerancia suben y suben, al extremo que ya no provocan rechazo, sino simples expresiones, como: ¡que grave! ¿qué está pasando?
El año 2015, la Alianza Libres Sin Violencia, que agrupa más de 50 instituciones de la sociedad civil, realizó la Encuesta Nacional de Percepciones sobre Situación de Violencia contra las Mujeres, Trata y Tráfico en Bolivia, como un instrumento para profundizar el conocimiento existente sobre el problema de la violencia en Bolivia en todos los sectores de la sociedad civil. El informe, de más de 150 páginas, presenta datos que sorprenden y que deberían mover la orientación de las políticas públicas. Que nuestras hijas y mujeres duermen con el enemigo lo confirma la encuesta, pues el 73% consideran que el hogar es el lugar donde las mujeres sufren violencia más frecuentemente. El hogar, que es el espacio privado, el de los afectos y la protección entre los miembros de la familia, es percibido, paradójicamente, como el de mayor incidencia de violencia.
En la encuesta se pregunta quién era el agresor, obteniendo como respuesta que el agresor fue la pareja actual (74,1%), seguido por la expareja (7,8%), un familiar (6,7%) y un extraño (5,4%). Esto permite establecer fehacientemente que el verdadero lugar de riesgo para las mujeres en situación de vulnerabilidad es el hogar, donde se producen las relaciones de dominación inmediatas y la apropiación, y deshumanización del cuerpo de las mujeres, transformándolas en objetos de propiedad sobre las que se ejerce un poder coercitivo, se las disciplina y domestica a fuerza de golpes.
La relación personal de las y los encuestados con respecto a la violencia también fue uno de los temas exhaustivamente abordados por la encuesta. Siendo el hogar el espacio donde las mujeres son víctimas de violencia con mayor frecuencia, se preguntó: “Con relación a la violencia dentro de la familia, ¿cómo se siente usted en su casa?”. Sólo un poco más de la mitad (52%) de las y los bolivianos dicen sentirse completamente seguros en sus hogares; 37% se siente algo seguro o segura, y el restante 10,62% se siente algo o muy inseguro o insegura.
Los factores que influyen sobre el sentimiento de seguridad en el hogar son: estado civil, confianza interpersonal, nivel de seguridad del barrio para las mujeres y experiencia personal de violencia. Las personas en concubinato tienen mayor probabilidad de sentirse inseguras que las casadas o solteras. Quienes no confían en la gente de su comunidad muy probablemente se sientan más inseguros en sus casas. Barrios inseguros dan lugar a que sus habitantes, y especialmente las mujeres, no se sientan completamente seguros en sus hogares.
La violencia es una forma de relación muy presente entre las parejas. Se les preguntó: “¿Alguna vez le ha sucedido que la han jaloneado, pegado, empujado, pateado o algo similar con alguna pareja que haya tenido?”. El 30% de las mujeres, respondió afirmativamente y el 12% de los varones dijo haber vivido alguna situación de agresión. Los datos dan cuenta de una sociedad que establece relaciones de pareja con un alto índice de violencia: 80,1% dijeron haber experimentado violencia durante el primer año de relación con su pareja. Y estos episodios suele ser recurrentes, el 45% fue agredido más de una vez, mientras que 27% sufrió violencia con frecuencia.
Gran parte de la estrategia estatal para la lucha contra la violencia y para el cumplimiento de la Ley 348 se basa en la denuncia de los hechos violentos. Sin embargo, el 64% de quienes fueron alguna vez agredidos no sentó denuncia en ninguna institución, ni tampoco solicitó ayuda de su entorno. Sólo el 11.8% acudió a la Policía, el 6,4% buscó ayuda en el SLIM y tan sólo el 0,2% denunció el hecho en la Fiscalía. El 14,1% de las personas se refugió en familiares y amigos. La impunidad de los casos de violencia contra la mujer queda claramente revelada en los hallazgos de la encuesta: casi todas las personas que conocen de casos de violencia, también conocen quién fue el agresor y, sin embargo, solamente en la mitad de los casos se ha hecho una denuncia.
Otra variable que es importante y que brinda luces para el trabajo: “¿por qué no acudió a ninguna institución para denunciar la situación de violencia?” Las respuestas más importantes fueron: “Porque tenía vergüenza” (38.3%) y “porque no cree que le puedan ayudar”.
Por todo ello, las políticas públicas deben prestar atención al espacio privado porque en éste se produce y reproduce la violencia a través de valores socialmente compartidos. Estos valores, que afirman diferencias de género en cuanto a comportamiento y oportunidades, se refuerzan a través de la violencia simbólica, que ratifica estas diferencias en el proceso de socialización de las generaciones futuras. El desafío es romper con estos esquemas e iniciar un proceso de aprendizaje de nuevos valores más enfocados en la equidad y en la garantía y respeto de los derechos individuales de las mujeres.
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