La prensa es una de las instituciones más creíbles de Bolivia, junto con la Iglesia Católica. Este dato ha sido ratificado en numerosas encuestas hechas a nivel nacional y también por estudios internacionales como el que acaba de divulgar la prestigiosa Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), según la cual, la gente de los países de América Latina confía más en los medios de comunicación que en los políticos.
Los medios de comunicación se ganan la confianza del público todos los días, proporcionándole información veraz y oportuna sobre la base de un trabajo responsable y honesto. La gente está debidamente protegida por leyes que penalizan los excesos o errores que pueden cometer los periodistas. El Código Penal establece muy claramente los delitos contra el honor de las personas, al igual que el Código del Niño, marca con precisión los límites del ejercicio periodístico cuando se trata del sector más vulnerable de la sociedad. Cualquier ciudadano puede recurrir a los tribunales cuando siente que sus derechos han sido vulnerados por la prensa y no son pocos los casos que se encuentran hoy en día en las cortes de justicia.
La credibilidad de cualquier medio informativo es muy frágil. Los periodistas no se pueden arriesgar a mentir descaradamente como hacen otros actores de la sociedad y por eso es que, mientras la confianza en los medios se ha mantenido alta por décadas, otros sectores han caído en un descrédito del que es muy difícil salir. Y no son sólo las leyes mencionadas las que aseguran esa relación de confianza entre los medios y el público. La autorregulación; es decir, la fijación voluntaria de límites, el establecimiento de normas éticas que se aplican en las salas de redacción, la búsqueda permanente de la responsabilidad y de la honestidad, son la mejor garantía para el ejercicio de un periodismo sano, edificante, coadyuvante en el fortalecimiento de la democracia, contribuyente efectivo para el progreso social.
La autorregulación es la única que garantiza la vigencia de los valores internos de la comunicación, destinados a mantener al ciudadano consciente, despierto y enfocado en su comunidad, libre de las interferencias de “grupos o sectores deseosos de imponer al resto su modelo de lo correcto o, lo que es más frecuente, su interés”. (Restrepo). Justamente vivimos tiempos difíciles en el ámbito comunicacional porque existen fuerzas políticas con afanes totalitarios que buscan quitarle al ciudadano boliviano uno de los últimos espacios democráticos que le quedan, expresado en el pluralismo informativo, en la libre circulación de ideas, en el debate público y la posibilidad de ejercer cierto nivel de fiscalización sobre la cosa pública. El acoso a los medios de comunicación busca la consolidación de una voz única, incuestionable, incontrastable, dueña de la verdad.
Lo lamentable es que estén surgiendo sectores funcionales al proyecto de destrucción del espectro comunicacional pluralista. Más terrible todavía es que sean actores de la comunicación los que se estén prestando a esos fines oscuros, intentando sabotear los proyectos de autorregulación que emanan de un mandato de la Constitución Política del Estado. Se busca crear tribunales de facto, estamentos inquisidores con el pretexto de la ética, cuando en realidad lo que pretenden es instaurar un nuevo modelo de periodismo militante, al mejor estilo de los regímenes autoritarios del pasado.
La autorregulación es la única que garantiza los valores internos de la comunicación, libre de presiones políticas y de intereses de grupos.
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