La elección de hoy marca sin duda un punto de inflexión en la historia del país. Es la primera vez que un presidente en ejercicio va a una segunda reelección consecutiva (a pesar de que la Constitución de 2009 prohíbe expresamente esa posibilidad), buscando un tercer mandato.
Si Morales gana la elección, que las encuestas dan como cosa segura, iniciará un periodo de cinco años que comienza en 2015 y debe terminar en 2020. Si cumple su periodo completo habrá superado todos los antecedentes históricos de permanencia en el cargo. El presidente Víctor Paz Estenssoro es hasta ahora quien ha gobernado el país por más tiempo, lo hizo durante doce años y seis meses en cuatro periodos; dos discontinuos y dos continuos (en 1964 fue derrocado a los tres meses de haber iniciado su tercer periodo). El presidente Andrés de Santa Cruz es quien ha gobernado por más tiempo ininterrumpidamente, lo hizo a lo largo de nueve años y nueve meses seguidos. Ambos listones pueden ser superados por Morales que el 22 de enero de 2020 habría culminado catorce años ininterrumpidos en el poder.
Estamos, en consecuencia, entrando en aguas desconocidas de la mano de un liderazgo atípico y sobre la base de un programa histórico cuyos logros están a la vista y cuyos problemas también lo están.
Si es verdad que uno de los pilares fundamentales del éxito del Gobierno es el económico, el escenario es todavía razonablemente bueno. Las estimaciones para este año marcan el crecimiento más alto de América Latina, y las expectativas para el 2015, con una leve desaceleración, parecen mantener indicadores por encima del 4 por ciento del PIB. Lo que vaya a ocurrir del 2016 adelante es otra historia. Pero el sentido de la prudencia más elemental, indica que el próximo gobierno tendrá que cambiar algunas de sus acciones más caracterizadas, esto es, revisar si es saludable una política monetaria que ha congelado el cambio rompiendo la función del bolsín y su flexibilidad. Si es necesario algún ajuste a la baja de la moneda boliviana, hacerlo después de tanto tiempo de cambio fijo puede crear una sensación de desconfianza que siempre tiene sus riesgos. El crecimiento sostenido de la deuda interna tampoco es una señal alentadora, a pesar del control más que razonable de los niveles de la deuda externa. La idea del doble aguinaldo no parece, en un periodo de desaceleración, la mejor señal, pero sobre todo se tendrá que frenar en seco la desmesurada expansión del gasto público y frenar también el crecimiento sin límites de trabajadores en las empresas estatales (especialmente en la minería, aunque no menos en el petróleo) que nada tienen que ver con necesidades productivas y menos con un incremento (que no se ha dado) de volúmenes. Parece también imperativa una inyección –que ya se vislumbra– de inversiones externas en la exploración y explotación de hidrocarburos, particularmente en el tema de nuestras reservas probadas y probables de gas, columna vertebral de nuestras exportaciones. No es detalle menor la caída sostenida de los precios de los minerales que ya afecta nuestros ingresos por exportaciones.
En lo político, será muy difícil evitar la erosión del MAS, afectado por la corrupción, el prebendalismo, el clientelismo y el obvio apoltronamiento que produce casi una década de poder total. No es razonable pensar que las relaciones entre gobierno y grupos de presión se sigan resolviendo mediante el mecanismo de entregarles a determinados grupos de poder parcelas intocables, que hacen del contrabando un gran negocio y de la ilegalidad una forma de vida. No se puede seguir metiendo la cabeza como el avestruz ante la evidencia de que la producción de coca no está adecuadamente controlada y que la producción de droga en el país, independientemente de la erradicación, no sólo que no disminuye, sino que está generando niveles de violencia sin precedentes tanto en el área urbana como en el área rural.
Finalmente, no es aceptable que a título de cambio y de nueva era, continuemos en una lógica de consolidación de la hegemonía política y en la idea inaceptable de que se puede consolidar una democracia sobre la base de un solo partido, que hace literalmente lo que quiere y de un Estado en el que el Poder Ejecutivo ha concentrado la totalidad de los otros órganos estatales. El Estado de derecho está seriamente debilitado, debilidad que tiene que ver con una profunda desinstitucionalización en todo los órdenes, que está disfrazada por la fuerza personal, el poder de convocatoria y la legitimidad de origen del Presidente, que concentra todo en él mismo.
Es tiempo de preguntarle si de verdad cree que ese culto a la personalidad multiplicado en sus imágenes en todo el país, su omnipresencia en los medios estatales y para estatales, son rasgos saludables para su proyecto histórico y para su propia conexión con la realidad. No es bueno para ningún gobernante escuchar siempre el elogio, la adulación y tener la sensación de que vive en un mundo perfecto. Que no le ocurra lo que a algún gobernante del pasado, que cuando preguntó a uno de sus ministros que hora era, la respuesta fue ‘la hora que usted diga señor presidente’.
Si gana la elección de hoy, deberá pensar que lo más saludable para él y para el país es la recuperación de muchos valores democráticos que se han perdido, y dejar claro desde el primer día de un eventual tercer gobierno, que está mentalmente preparado para no eternizarse en el poder y abierto a un genuino juego democrático que permita una oposición sólida, que tenga igualdad de oportunidades a la hora de ejercer su tarea y a la de competir por el acceso al poder.
Bolivia cruza el Rubicón, con más preguntas que respuestas sobre su futuro.
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