El pecado mortal
del Linchamiento
Mauricio Aira
Que lo hubiesen
tomado como espectáculo convocando al pueblo de Entre Ríos a presenciar la
tortura y muerte de un joven de 20 años sospechoso del robo de una motocicleta
es algo que estremece. Uno se resiste a pensar que ello ocurrió en Bolivia,
nación que está lejos de ser comparada con algunos de Asia o África donde aún
impera la ley de la selva.
Que esta “ceremonia
del linchamiento” sea promovida por dirigentes cívicos y alentada por personas
adultas, se supone de sano juicio, y que hubiera sido presencia por jóvenes y
hasta por menores es todavía mayor agravante. El espectáculo de dar muerte en
público, con el aplauso y el “perverso placer de la turba” sólo se compara con
el circo romano, cuando los emperadores ofrecían a sus ciudadanos, la lucha
entre gladiadores (mercenarios de la guerra) y el sacrificio de los cristianos
indefensos enfrentados a tigres y leones hambrientos que despedazaban a sus
víctimas en medio del jolgorio de espectadores, borrachos de lujuria y sangre
caliente.
Por llamarle algo
“el fenómeno del linchamiento” sucede a períodos post convulsión social,
revoluciones o guerras, a la ausencia de autoridad, al imperio del anarquismo y
la inseguridad ciudadana. Linchamiento es sinónimo de ignorancia, de revancha,
de justicia por mano propia y durante el mandato de Evo Morales acción repetida
con demasiada frecuencia. Las características se repiten en el Altiplano, en
los valles, en el trópico, ausencia de autoridad, policía incapaz de detener la
agitación y temerosa de las reacciones de la turba, aunque está comprobado que
cuando esas turbas borrachas de sangre y violencia, advierten una mano firme,
se detienen, se asustan y se dispersan. Más al contrario, si advierten
debilidad en los uniformados y en la autoridad se envalentonan y desafían al
más fuerte, se transforman en fieras y se lanzan al peligro, vale decir contra la
corriente y cometen los peores crímenes. Recordar el linchamiento del
Presidente Mártir Gualberto Villarroel que después de ser arrojado desde un
tercer piso a la loza de la Plaza Murillo, arrastró su cadáver varias cuadras y
terminó colgándolo de un farol. Acción repetida con su lugar teniente Ballivian
y su secretario Hinojosa. (21 de julio 1946)
Todavía está
fresco en la memoria colectiva el martirio de 8 campesinos en Achacachi, ante
una multitud congregada en el estadio, si bien los promotores están hoy en la cárcel, aunque
la sentencia no ha sido dictada. Y otros con víctimas civiles y de uniformados,
y el último en que fue torturado hasta la muerte el Vice Ministro Illanes, y
cinco “trabajadores mineros” por cierto que en acciones separadas. Que, hasta
el día de hoy, no se ofrezcan informes claros sobre estos hechos de sangre en
la zona de Panduro, puede estar produciendo que se incuben nuevos casos como el
de Entre Ríos.
Recordar la
palabra de la Iglesia Católica que con explicable energía ha condenado esta
forma inhumana e inaceptable de ejercer “la llamada justicia comunitaria”, ha
dejado ver que en la mayoría de los linchamientos las víctimas resultaron
siendo inocentes, que los cargos por los que murieron no existieron. En el caso
de Entre Ríos, cuánto puede valer una moto usada, frente a la vida de un joven
de 20 años esperanza cierta para sus padres, hermanos, compañeros.
El Gobierno tiene
ante sí un nuevo reto, dar con los autores y sancionarlos. Los primeros
informes periodísticos señalan como a incitadores a dirigentes cívicos de la
junta vecinal y funcionarios de la autoridad local que durante algunas horas
estuvieron reclutando espectadores para el crimen, los que se han convertido en
cómplices del hecho de sangre.
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