Un proceso se abrió que prometía cambios. El indio como parte activa, de acceso al poder de decisión, implicaba un avance sobre la retórica falaz de todos quienes habían gobernado antes, sin distinción de tinte político.
Fue un aroma, malsano y maloliente para algunos, pero inevitable. No se podía seguir viviendo contra la historia. Los infructuosos adláteres de la indianización veían consumadas sus aspiraciones, y la intelectualidad de izquierda, pudiente y patrona en su mayoría, se adhirió a la carroza de la comparsa iniciada por Evo Morales y Álvaro García Linera, dos caras de un Jano característico de Bolivia, el del blanco educado y el del nativo negado. Una opción que no previó Ernesto Guevara en su dogma obrero-elitista, y que, en el tiempo, no se había planteado aún, a pesar del largo listado de teoría indigenista en América Latina y del movimiento de la negritud en África y el Caribe.
Se llegó a ello, en parte por la hábil manipulación de los intelectuales europeos, con un trabajo ya longevo a través de las oenegés, y por otro la aparición de un líder carismático entre los cocaleros, que supo impulsar la coyuntura hacia la imagen, o la ilusión, de un cambio radical en favor de los pobres. Una mentira más, de las usuales.
Alguien escribe comparando a Bolivia con Somalia, la desaparición del Estado y la desorganizada y caótica organización del crimen: el imperio de las mafias. Somalia dejó de existir como país cuando el espejismo del dinero fácil destruyó las bases ya corrompidas de una sociedad sin rumbo. Somalia perdió el futuro y también perdió el pasado. Los reemplaza la droga, el secuestro, asesinato, prostitución, algo que se viene con agigantados pasos en esta región de Sudamérica y, lo que es peor, siendo azuzado desde arriba, desde el gobierno que decora su delincuencia con un discurso huero de descolonización y antiimperialismo.
Nadie más capitalista que Evo-Álvaro, dupla de lucro y ostentación. Más modesta es la reina de Inglaterra que estos peligrosos comerciantes, fundadores de una nueva clase, el narcococalero, que va camino a destruir lo poco que queda de un paisito que ya era de papel, y que con ellos, con verborragia de revolución y Hummers de lujo, se convertirá en muladar donde crecerán los zares de la droga esclavizando de nuevo a la recua de incapaces indocumentados, ilusos que hoy piensan haber encontrado paraíso y eternidad de golpe en la siembra de coca, la tala indiscriminada de bosques y la fabricación febril de cocaína de exportación para “acabar” con los amos de afuera.
Veamos cuánto tiempo se sostiene, hasta que el interés de los grandes amos del capital oscuro decida hacerse con el mercado. Veremos cuánto dura Evo Morales cuando cualquier Chapo Guzmán lo mandonee e hijoputee como a un “indio de mierda” otra vez. Locos están si creen que van a controlar el asunto. Serán peones, ni siquiera alfiles, en el lucrativo negocio del narco. Y veremos si los cárteles y sus esbirros querrán oír de wiphalas, de culturas ancestrales, etc. La wiphala servirá para reunir cabezas cercenadas de aquellos que no se adecúen al nuevo orden de cosas, donde a nadie importe si Bolívar o Tupac Katari, sino el monto producido por el trabajo esclavo de los siempre pobres para hacer de otros ricos. Chau Estado Plurinacional, chau originario campesinos; en el engranaje del gremio que postulan nada de ello importa... es un rodillo sangriento.
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