Empezando el mes en curso, editorializamos que Santa Cruz de la Sierra es una ciudad que provoca llanto. Fue en respuesta a unas declaraciones del alcalde municipal Percy Fernández, que calificó al Diario Mayor EL DEBER de ‘llorón’. “Todos los que escriben en este medio son llorones” y “siempre están llorando”, agregó.
Entonces justificamos el porqué de los efectos lacrimógenos que la urbe cruceña causa a quienes la sienten y la sufren de verdad. A cuantos la trajinan cotidianamente y cuando menos se conduelen del aspecto sucio y desordenado que se observa por doquier en calles, avenidas, plazas, parques y otros lugares públicos donde los desperdicios se acumulan hasta convertirse en focos infecciosos, en tanto es de nunca acabar la cantinela acerca de un servicio de limpieza que opera con enormes limitaciones y sin posibilidades reales de ser reemplazado cuanto antes por otro mucho más eficiente.
A una ciudad sucia se agrega el caos que representa el tráfico vehicular, especialmente el generado por el transporte público cuyos mandamases se salieron nomás con la suya incrementando arbitrariamente el costo del pasaje, burlando la buena fe de los usuarios al incumplir el compromiso asumido de mejorar el servicio una vez que las nuevas tarifas les permitieran ‘equilibrar’ sus costos operativos.
Hay muchas más razones para el llanto a moco tendido por la ciudad. Como las que resultan de la presencia de niños en estado de abandono haciendo piruetas por unas monedas en las peligrosas intersecciones del segundo anillo de circunvalación sin que nadie se ocupe de ellos; de adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, atrapados por la droga, delinquiendo en la vía pública y a cualquier hora del día para seguir manteniendo su vicio, de pandillas juveniles que se reproducen como hongos y cuya violenta conducta tiene en vilo al vecindario de distintas zonas urbanas y suburbanas.
¿Cómo no tener las lágrimas ‘pandas’ frente a la permanente sensación de inseguridad ciudadana o pasar del sollozo al espanto ante el crecimiento descontrolado de la delincuencia mientras se abanican con el medular tema las autoridades locales y nacionales?
En Santa Cruz de la Sierra también dan ganas de llorar los mercados donde predomina la mugre, el desorden y el permanente desacato de los ‘gremiales’, que además de haber hecho su hacienda de la ciudad que les abrió los brazos para darles cobijo y posibilidades de trabajo, la han convertido en un gigantesco tolderío que no para de crecer. ¿Cómo no van a dar ganas de llorar el abuso y el atropello en que incurren los vendedores ambulantes y mercachifles en nuestro propio patio mientras en otras ciudades del país acatan sin chistar las normas que tienen que ver con el respeto al orden instituido, a la autoridad competente y a la convivencia civilizada?
Mientras sus principales autoridades no hagan gestión en serio y los ciudadanos no cumplan con la parte que les toca en observancia de sus derechos y obligaciones, nuestra ciudad seguirá siendo una lágrima y nosotros, sin consuelo, nos mantendremos ahogados en llanto.
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