Se sabe que el espíritu de la Navidad ablanda los corazones, inclusive los más duros, y abre los ojos a las necesidades de los demás. Hace tres años, en el ambiente navideño, el gobierno de Evo Morales apostó equivocadamente al ablandamiento de los corazones de los bolivianos para lanzar el “gasolinazo” en favor de las finanzas públicas y hoy ablanda su propio corazón en favor de las minorías asalariadas del país, en desmedro de las mismas finanzas públicas. Ninguna paradoja: ¡estamos en el año electoral!
Es un sentimiento que contagian otros países del Alba: el inefable Nicolás Maduro (sic) anuncia el adelanto de la Navidad, identificada con el dios Aguinaldo fuente de la Suprema Felicidad del Pueblo, asume poderes excepcionales para bajar los precios sin incrementar la oferta y la producción y aterra a todo el mundo afirmando que “lo que han visto es poco para lo que voy a hacer”.
Nuestro Gobierno no podía ser menos que su colega alicaído y decidió aprobar el “aguinaldazo”, casi al cierre del período fiscal. Hasta los “blancanieves” del empresariado nacional no han podido evitar despertarse del sueño idílico en que han estado sumergidos, al recibir el beso del príncipe transformado en sapo por voluntad del rey.
La verdad es que el aguinaldazo tiene pocas virtudes y muchos defectos.
Entre las virtudes está la de alivianar directamente la economía de los asalariados, golpeada por una inflación oficial cercana al 9%. Un sueldo extra a fin de año les permitirá, en el mejor de los casos, ajustar algunas cuentas o saldar deudas. Es posible que, el incremento de la liquidez incremente el consumo y que algunos productores sigan el consejo “oportuno” del Gobernador de La Paz e incrementen desde ya sus precios y, finalmente, “barriga llena, corazón contento” y mejor predispuesto a ayudar a las encuestas menos alentadoras para lograr el tercer mandato. El aguinaldazo tiene también la virtud de redistribuir la riqueza de las empresas que han crecido financieramente en los últimos años, al amparo de la bonanza estatal.
Entre los muchos defectos mencionaré el carácter “estadístico”: dividir las utilidades por el número de empresas para justificar la factibilidad de la medida es una impostura indefendible. Habría que solicitar al SIN la estadística de cuántas empresas han tenido utilidades en 2012 para preguntarse qué harán para pagar intempestivamente un aguinaldo más. En general, las que más utilidades tienen no emplean muchos trabajadores (es el caso de petroleras, grandes importadores, agropecuarios, contrabandistas y otros aliados del MAS). A esas empresas el aguinaldazo no les afecta, pero sí hace estragos entre las pequeñas empresas que sobreviven al día y ahorran todo el año para los gastos de fin de año. Pasada la fiesta, vendrá la tremenda resaca, con efectos sobre el empleo.
Se ha dicho que la medida beneficia directamente sólo a los asalariados, que son minoría (18%, según el CEDLA) en un país donde campea la informalidad, pero a mí me intrigan las matemáticas: el ministro Arce afirma que se requieren Bs 380 millones para 400 mil servidores públicos, menos de Bs 1000 por funcionario, en promedio: ¿el Estado está pagando menos que el salario mínimo a gran parte de sus funcionarios?
Asimismo, los temores sobre una explosión de la inflación, inclusive previa al pago del beneficio, parecen más realistas que la palabra del ministro. El tiempo lo dirá. Lo que sí puedo apostar es que mucho dinero se irá al consumo de bienes importados, suntuarios y “líquidos”, máxime si se entregará, como parece, entre Navidad y Año Nuevo.
En fin, ¡no hay que ser fanáticos del pollo para contagiarse de las enfermedades de los Países Bajos!
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