Maduro se ha encargado de dar razón a quienes sostienen que no existe nada más oprobioso que un régimen basado en la concentración y acumulación de poder y en el propósito de perpetuidad a la luz de corrientes nada democráticas. Razón a quienes aseveran que los Gobiernos que se cobijan en nomenclaturas, que hacen uso y abuso del poder bajo un manto de populismo de plazuela que penetra en sectores vulnerables con la finalidad de evitar el sometimiento a las reglas democráticas de forma transparente, son capaces de acudir a cualquier estratagema con el propósito de permanecer en él.
Razón a quienes sostienen que Gobiernos como el de Maduro, engendrado desde lo que se conoció como el Socialismo del XXI, asumen una fisonomía de demócratas pero en los hechos son dictaduras camufladas que operan cuando sienten que el poder absoluto que buscan detentar y no perder, corre riesgo. Esa la diferencia con los principios republicanos que atesoran la alternancia en el ejercicio del poder; la independencia de los órganos del Estado y su coordinación; el ejercicio libre y transparente del voto a fin que sea la voluntad del soberano --cualquiera que fuera ésta-- la que determine la conformación de dichos órganos; el respeto al disenso y a los rivales políticos, así como a una administración de justicia independiente de la influencia política y sometida a la única servidumbre que no mancilla que es la ley. Y es que cuando los Gobiernos están encabezados por personas como Maduro, con ideologías que rechazan todo aquello que el mundo libre se esfuerza por sostener y mejorar, se presentan situaciones como la que Venezuela padece en este momento.
El chavismo se sometió a las reglas del voto ciudadano en las pasadas elecciones legislativas y perdió de manera estrepitosa. La derrota fue tan contundente, que casi 2 millones de votos chavistas se fueron para la oposición, lo que se tradujo en un traspaso de poder a través de la consagración para opositores de las dos mayorías calificadas que la Constitución venezolana establece.
En sociedades respetuosas de las reglas democráticas, los perdedores no sólo deben reconocer su derrota, deben también tener la habilidad de gobernar con oposición, buscando consensos que son los que garantizan que exista pesos y contrapesos y un adecuado uso de los recursos públicos. De eso se trata la República y su instrumento democracia como forma de gobierno. Lo que no es tolerable es que un perdedor, como Maduro, haya instalado en la sede de la AN un poder dual legislativo a través del denominado Parlamento Comunal Nacional, calificado por Cabello como “un poder que le permita al pueblo disponer de recursos, jefaturas, toma de decisiones, leyes, forma de vida”. Los socialistas en Venezuela no asumen su derrota y acuden a artilugios no previsto en la CPE para abanicarse en el voto, máxima expresión de soberanía.
En todo caso, episodios como éste confirman la validez de las críticas que Gobiernos como el de Maduro reciben a diario. “Le voy a dar todo el poder al Parlamento Comunal, y ese Parlamento va a ser una instancia legislativa del pueblo desde la base” ha dicho en un acto de irreverencia al voto de la gente. Siendo ésa la peor afrenta que un gobernante puede infligir, probablemente las consecuencias sean mayúsculas, lo que no es deseable cuando ha sido el soberano el que recientemente dejó sentada su voluntad. Razones sobran, por tanto, para rechazar la presencia de ideologías que se forjan al amparo de intereses grupales y que desconocen al Estado y sus instituciones.
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