Desde El FARO
Excesos y extravíos en tiempos de abundancia
Erika Brockman
Cuando el presidente
Morales jala las orejas a alcaldes y gobernadores por la baja ejecución
presupuestaria y avala el traspaso de sus recursos a favor de las obras del
“Evo Cumple”, no se percata que sobran razones y temores para esta pereza
institucional. No sólo está la espada de Damocles de una ley anticorrupción
inquisitorial, de cuya rigidez y control el generoso programa del Presidente
está liberado, sino también una abundancia de recursos que desborda la
capacidad de gasto eficiente y de calidad de una institucionalidad venida a
menos.
Si en tiempos de vacas
flacas las demandas de la sociedad nos desbordaban, el destino pendular de
nuestra historia demuestra, paradójicamente, que no había sido fácil
administrar inteligentemente la abundancia. De pronto, ¡somos un escarabajo
obligado a funcionar con la cantidad de combustible de un Hummer! Tarija lo
ejemplifica.
A propósito de esta
inédita bonanza, debiera preocuparnos el pimponeo de acusaciones y
contraacusaciones que invaden el espacio noticioso, que más que esclarecer,
confunde. En este escenario, el caso que menos debiera sulfurarnos es el
relativo al polémico decreto -hoy quejumbrosamente derogado por el Presidente-
que reconocía viáticos y pasaporte diplomático para hijos y esposas de nuestros
mandatarios. Hacerlo nos distrae, tanto como la cobertura informativa sobre el
eventual incremento salarial del Presidente.
Es cierto que la gente
está harta de que el ejercicio de la política sea sinónimo de corrupción y
acceso a privilegios. Hoy son ensalzados modelos de austeridad y de
transparencia en los gastos personales de la autoridad pública. Mientras que en
Bolivia, comparado con cocaleros, contrabandistas y cooperativistas, el ingreso
de autoridades y muchos profesionales honestos no está a la altura de las
responsabilidades que demanda el administrar un país en tiempos de jauja.
Nos falta afinar la
puntería a la hora de fiscalizar y visibilizar lo verdaderamente relevante.
Hace unos días Benjamín Grossman (Nueva Crónica, No. 118) opinaba que “Los
contratos llave en mano son hoy en día la cara más perversa del colonialismo.
Comprar algo sin saber cómo funciona, ni cómo se construye debería ser un
delito por ignorancia”. Curiosamente, son los que abundan en el gobierno
descolonizador, cuya danza de millones se expresa en mega inversiones como el
Ingenio de San Buenaventura, la Planta de Urea y Amoniaco, el ansiado
Teleférico. Casos cuyos estudios técnicos, financieros y mecanismos de
seguimiento permanecen invisibles detrás de la humareda de tanto fuego
artificial que acompaña al perpetuo proselitismo.
¿Quién asume
responsabilidad frente a los millones invertidos en vano en pozos de petróleo,
cuya perforación fue resultado de presiones ciudadanas? ¿Qué sucede con la
producción y rentabilidad de la minería nacionalizada?; cuando aplaudimos la
entrega de 12.000 computadoras a niños del ciclo básico, ¿alguien pregunta si
existen equipos formados para capacitarlos en cuanto a su uso inteligente?;
¿cuál es el impacto real de las 4000 obras de competencia municipal del
programa “Bolivia Cambia, Evo Cumple”, del costo de transporte de los más de
2.500 viajes realizados por el Presidente y la propaganda millonaria que las
acompaña? ¿Qué implicaciones económicas y políticas tiene el hecho de que el
referido programa esté liberado de cumplir con la normativa para la
contratación de bienes y servicios, mientras alcaldes deben observarlas
rigurosamente? Estas y otras son las preguntas de fondo que son silenciadas por
la falta de transparencia y excesos que nos embriagan y extravían.
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